Por Dativo Donate
A veces, uno se olvida de la obra narrativa que está leyendo. No se fija ni en la calidad de su forma ni en la coherencia del guion. Solo importa la evolución y destino de los personajes o lo que ocurre en la trama; y la atención está atrapada de tal manera que nada quiere existir fuera del devenir de una buena historia. Eso pasa con el gran cine y con la gran narrativa. Eso me ha pasado con un cómic que yo esperaba con ansia y que ha superado todas mis expectativas.
Dragones de frontera es una obra poderosa y singular. Tiene además una cualidad que va más allá de la extraordinaria cadencia de su ritmo, de la solidez coherente de sus personajes o de la intensidad y lógica de los conflictos que se plantean. Este cómic tiene la virtud de las grandes obras de ficción históricas, esas que, además de ambientar y mostrar con fidedigno rigor un momento del tiempo humano, son capaces de explicar la complejidad de un momento histórico a traves de una trama tan sencilla —que no simple— como apasionante.
La trama es sencilla, digo, en principio. El sargento Beitia y el cadete Sasoeta, de la caballería presidial de dragones de España, buscan a la hermana Madeleine, una monja francesa raptada por los apaches en una incursión a los territorios españoles de Nuevo México, en 1778. La trama tan tradicional del western (desde Centauros del desierto, de John Ford; hasta The Missing de Ron Howard, por poner dos ejemplos) sorprende por su distancia de los modelos tanto en la novedosa ambientación histórica —hispánica y americana— como en los giros de la habilísima trama, en la que los personajes secundarios afloran hasta volverse principales y cruciales para entender una época y un mundo más rico y complejo de lo que se podía suponer.
Los personajes, magníficamente detallados, no incurren en el arquetipo fácil ni en el maniqueísmo. Al contrario, cada uno de ellos, y al margen de su origen étnico o su postura moral, merece una construcción ágil, absorbente y rotunda. Si mucho se disfruta con el dibujo serio, suelto y eficaz de Iván Gil, magnificado por el expresivo color de Garluk Aguirre, el guion de Gregorio Muro Harriet es un modelo, una referencia, un ejemplo de cómo explicar una época a través de una narración de peripecias, de cómo mostrar las culturas en conflicto a través de las fricciones entre un puñado de sus integrantes, selectos por su valor representativo. Entre ellos destacan el veterano sargento Beitia y el joven cadete Sasoeta, dúo complementario que conduce la historia; la hermana Madeleine secuestrada por el apache Natanijú; el soldado Maldonado y su hijo convertido en guerrero apache, la brava Hi-Tedda… No hay personaje masculino o femenino trazado con descuido. Tampoco en ellos hay concesiones a lo políticamente correcto ni al buensalvajismo rousseauniano. Y todos componen el soberbio mosaico histórico tan reconocible como desconocido de la Norteamérica española de 1778. Muro Harriet e Iván Gil explican una riquísima lección de Historia —con rigurosos apuntes etnográficos, históricos y lingüísticos— al tiempo que desarrollan una vigorosa narración deudora tanto de la aventura realista como del gran cine clásico.
Finalmente, la grandeza de esta narración afecta también a la revelación y la desmitificación. Revela o recuerda el papel pionero de España en los territorios que hoy son Estados Unidos, papel siempre tan postergado (silenciado, borrado de la Historia tanto en el Capitolio de Washington como aventado en la triste memoria española). Y desmitifica —o explica— la verdadera conquista del Oeste: la grandeza de los dragones de cuera, la caballería presidial española y su papel defensivo y pacificador, precursor de la mítica caballería estadounidense y su sistema similar de fuertes y patrullas. Un cuerpo creado para la violencia, sí; mas violencia limitada y compleja, con conciliaciones, alianzas, pactos, treguas y conveniencias. Ni leyendas negras ni rosas, ni malos ni buenos: polvo, sudor y hierro; los héroes cabalgan. Y las mujeres también, si aparentemente sometidas al varón en el mundo duro de la frontera, también celosas guardianas de sus iniciativas, su cultura y su identidad.
En suma, Dragones de frontera es un cómic histórico monumental y necesario. Un ejemplo y una joya. Una maravilla a la que muchos españoles no mirarán, enrocados en la comodidad de la negación de algo. Claro que se hacen maravillas como esta, pero han de crearse pensando en el mercado extranjero porque en España la atención cultural es la que es. Conforta ver que la publicación en España al menos ha recibido apoyo del Ministerio de Cultura de España. Conforta también que usted haya leído esta reseña hasta aquí mismo, lo que denota cierto interés. Lo verá recompensado con creces con la lectura de Dragones de frontera.
1 Comment
Gracias, Dativo. Tus recomendaciones son órdenes. Ya estoy deseando leerlo.