
Antonio Moreno y una pena en observación
10 febrero, 2025Por Luis Junco
En la actualidad, hay pocas personas que no hayan visto una imagen holográfica en tres dimensiones. Dicho en pocas palabras, consiste en transformar la información de un objeto de dos dimensiones (una fotografía) en una imagen tridimensional a base de la interferencia creada por distintos haces de luz (láser) que inciden sobre la fotografía. La sensación de realidad es apabullante.
Pues bien, imagina que lo que vemos en la realidad, lo que sentimos, tocamos, es en realidad un holograma. Este universo de tres dimensiones espaciales y una temporal al que estamos habituados es al fin y al cabo la holografía de una información que está contenida en otra realidad con una dimensión espacial menos: una superficie que circunda al holograma.
Esta es la base de la teoría final de Stephen Hawking, que desarrolló durante veinte años con Thomas Hertog, joven cosmólogo belga que fue su colaborador más cercano hasta la muerte de Hawking en 2018. Ambos se apoyan en las ideas de dos científicos menos conocidos, George Lemaître, sacerdote católico belga precursor de la idea del Big Bang, y el físico argentino Juan Maldacena, a quien se debe la idea del universo holográfico.
(Este es un esquema con la idea de Maldacena. Nuestro universo sería el holograma que se forma en el interior del cilindro; en la superficie del cilindro estaría la información necesaria para conformar la imagen interior; cada instante de nuestro universo sería la imagen circular, proyección plana o rodaja del cilindro, que está deformada al modo de un de dibujo de Escher, pues el volumen tridimensional del cilindro tiene la forma de una silla de montar).

En el modelo de Hawking-Hertog, el volumen del holograma -de cuatro dimensiones- es el espacio-tiempo curvo -curvatura que es equivalente a la gravedad- gobernado por las leyes de la relatividad de Einstein; la superficie que lo circunda sería de una hiperesfera -de tres dimensiones- y en donde no hay gravedad y solo partículas y campos de fuerza electromagnética y nucleares -el llamado modelo estándar- y gobernados por la mecánica cuántica. Las pautas de entrelazamiento cuántico entre esas partículas de la superficie de la hiperesfera son las que crean el holograma del interior, nuestro universo.
Lo sorprendente es que la relación entre lo que ocurre en la superficie que rodea al holograma y lo que sucede en el interior puede comprobarse utlizando las ecuaciones matemáticas que gobiernan cada dominio: la mecánica cuántica para la superficie y la teoría de la relatividad de Einstein para el interior. De modo que puede construirse una especie de diccionario que convierta cosas de la superficie a objetos del interior y viceversa. Por ejemplo, el abstruso e intratable agujero negro del interior del holograma solo es un conjunto de partículas que emiten radiación en la superfice que lo circunda.
Sí, ya sé, difícil de aceptar y aún peor de digerir. Lo que suele suceder con las cosas que se salen del sentido común.
Lo cierto es que todo esto y bastante más es lo que nos cuenta Thomas Hertog en este libro, Sobre el origen del tiempo, recientemente publicado en nuestro país. Además de tratar de explicar esta teoría, en el libro se nos cuenta la relación del autor con Stephen Hawking, aspectos inéditos de su personalidad y el modo en que funcionaba su imaginación. Y cómo en esos últimos años de su vida llegó a cambiar radicalmente de perspectiva, hasta el punto de abjurar de buena parte de lo que había defendido en su libro más conocido, Historia del tiempo. Como él mismo decía: he tenido que hacerme humilde, y pasar de mi perspectiva de un Dios que mira desde fuera un universo gobernado por leyes inmutables, a la de un gusano que desde las tinieblas suberráneas mira a su alrededor buscando en lo que me rodea atisbos de luz. De esta manera, reconociéndose parte de un universo que evoluciona y aprende, Stephen Hawking elabora esta su última teoría.

Thomas Hertog nos habla en este libro de una comunicación entre ellos cada vez más dificultosa. Los intentos de dar cuenta de los descubrimientos de una mente que iba a una velocidad lumínica a través de un cuerpo cada vez más atrofiado por la esclerosis lateral amiotrófica. Desde la voz artificial articulada gracias al ingenio que pasaba del cliqueo de sus dedos anquilosados, hasta un sensor en sus gafas que se activaba con pequeños movimientos de sus mejillas. De unas pocas palabras por minuto, a minutos por palabra. Hawking era consciente de que su propia mente se iba convirtiendo en un agujero negro, cargada de información y novedad que no podían escapar de la prisión de un cuerpo paralizado. Pero nunca se rindió.
Recordemos a propóstito de esto un descubrimiento del propio Stephen Hawking del año 1974. Los agujeros negros no eran tan negros. De unos rígidos censores cósmicos de secretos inaccesibles, Hawking pasó a verlos como objetos que musitaban lo que guardaban en su interior a través de lo que desde entonces se conoció como la radiación Hawking.
Me gusta pensar que este libro de Thomas Hertog es reflejo de aquel descubrimiento, los pensamientos creativos que sigue radiando una mente de prodigiosa imaginación.
(En este link puede verse la presentación de Thomas Hertog: https://www.youtube.com/watch?v=0zvp77bolUE)