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Por David Torrejón

Sí, hay que estar como una regadera para atreverse a hablar del Quijote en el blog de un colectivo editorial donde hay más de un eximio cervantista, alguno incluso habitual de congresos al respecto convocados en cualquier parte del mundo. Es una tarea quijotesca, especialmente viniendo de un indocumentado en la materia.

Pero qué le vamos a hacer, tener un padre nacido en Esquivias seguramente me procure medio salvoconducto para no salir trasquilado hasta las cejas.

Y lo peor de todo es que tengo que empezar con una vergonzante confesión: acabo de terminar de leer Don Quijote de la Mancha. Así, como suena y sin paños calientes. Para 67 años y no había leído aún el Quijote de verdad. Sí, porque soy uno de los miles de damnificados de los quijotes escolares (recuerdo uno que hasta tenía las ilustraciones de Doré), resumidos, en cómic, etc. ¿Quién en su sano juicio querría leer una obra si se la hubieran destripado antes cien veces, como a nosotros? Nadie. 

Pero en ningún caso quiero presumir de iletrado, algo tan habitual en estos tiempos y que tanto terror me provoca. En mi adolescencia tardía leí con gusto el grueso tomo de las Novelas ejemplares y creo que también unas cuantas obras de teatro. “Más imperdonable aun”, me dirá alguno. Puede ser.

El caso es que tardé medio siglo en saldar mi deuda con el convecino de mis antepasados. ¿Por qué ahora? Me gustaría poder responder a eso. Quizás la jubilación (un poco de aquella manera, he de decir), quizás las ganas de quitarme ese peso de encima, quizás un sueño que no recuerdo, el caso es que el verano pasado comencé a leer el Quijote. Eso sí, sin proponerme nada, como el que lo hace por casualidad, porque no tenía otra cosa en la mesilla. Retos fuera.

Y hace unos días llegué a su final. Y lo hice con pesar, leyendo cada día menos páginas para alargar todo lo posible el placer y retrasar el dolor de la despedida. Frente al habitual “me lo leí de un tirón”, con el que tantas veces quieren halagarnos a los escritores, lo que más nos gusta es que nos digan algo como esto: “Estiré todo lo que pude la lectura del libro porque no quería que se acabase nunca”. Lamentablemente, solo me lo han dicho un par de veces. Pero eso era justo lo que sentía. 

Para perjudicados de los quijotes escolares

No se me ocurre, como puede fácilmente entenderse, pontificar sobre la obra en este blog poblado de especialistas, ni siquiera hacer comentarios aparentemente inteligentes, porque estoy seguro de que han sido repetidos mil veces a lo largo de los cuatro siglos anteriores.

Solo pretendo animar a los perjudicados de los quijotes reader´s digest, para que se animen y lean lean la novela como si nunca les hubieran contado nada sobre ella. Parece difícil, pero no lo es, porque lo mejor del libro no está en cada peripecia, en su mayoría ya sabidas, sino en la evolución de los hilos invisibles que unen a los personajes, y diría que a estos con el autor, y no hablo del interpuesto Cide Amete Benengeli, sino de don Miguel. Él, y de paso nosotros, nos vamos encariñando con Quijote y Sancho, nos vemos siendo testigos privilegiados de sus diálogos imposibles, de sus inesperadas respuestas a las burlas que se les tienden, de sus pequeñas y grandes miserias. En definitiva, nos hacemos sus amigos. Y no solo nosotros, hasta los mismos duques caen en sus encantos. Y el primero,  como digo, Cervantes, que tan cruel se muestra con sus hijos en la primera parte. Todos acabamos siendo burladores burlados, encariñados para siempre con la improbable pareja.

No le tengas miedo lector o lectora boomer, como se dice ahora en lugar de sesentón, y entrégate a Don Quijote de La Mancha como si nunca hubieras oído hablar de él, como si acabara de salir de imprenta. Te aseguro que lo disfrutarás y lo harás con la ventaja de tener ya buena parte de la vida en tus bolsillos, y en tus entendederas las horas de lectura necesarias para no agobiarte con las notas al pie. Me lo agradecerás.

1 Comment

  1. José León dice:

    Siempre es una buena idea leer el Quijote. Lo leí como estudiante de Filología. Acabada la licenciatura tuve la impresión de que se me habían escapado muchos aspectos y volví a leerlo, esta vez sin la premura de preparar un examen. Llegados a la cuarentena decidí entrarle de nuevo. Y de esta manera, lo he leído tres o cuatro veces. Pues aun tengo la impresión de que algunos aspectos no los he captado del todo y me planteo releerlo.
    Siempre ha sido una lectura divertida y al tiempo densa y sugerente. No sé qué me ha fascinado más: la riqueza con que están construidos esos personajes y la manera en que evolucionan empujados por las circunstancias, o la habilidad del entramado narrativo con su juego de perspectivas. En fin, ese libro está en la base de lo que me interesa en la narrativa, siempre que una novela me gusta, reconozco en ella la huella de algún aspecto del Quijote. Y eso, desde Flaubert hasta Jonathan Franzen.
    Tanto es así, que cuando «en un arrebato de presunción», me decidí a escribir una novela, esta acabó siendo la historia de una persona que quierte que su vida se ajuste a las pautas que marca un libro. Y de eso me di cuenta cuando ya la había publicvado (en autoedición).

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