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La idea central de este ensayo de Byung-Chul Han es que el tiempo pasa sobre el humano actual como un torrente sin curso definido y de manera acelerada, induciendo en él una actividad fundamentalmente lineal, mecánica. Es una idea que comparto a partir de reflexiones anteriores a esta lectura. (Una idea que el propio autor reconoce sobre todo en Nietzsche).
El paso del tiempo en la mente humana es en realidad el proceso imparable de la sucesión de acontecimientos de nuestro entorno y su efecto sobre la mente humana. Una mente que en su funcionamiento es parte de esa misma sucesión. Y la tendencia instintiva, resultado de la evolución, es reaccionar a ella con una actividad que en general tiene que ver con la supervivencia.

A diferencia del resto de especies, el humano tiene conciencia y un entorno cultural que el propio proceso evolutivo han producido.
Si en la mente no hay filtros y diques que de alguna manera seleccionen, encaucen, den pausa y orden a la sucesión de acontecimientos, el humano es como un pollo sin cabeza, dirigido y apremiado por los propios acontecimientos en un ritmo acelerado y caótico a realizar acciones como respuesta. Solo la conciencia es capaz de hacer esa labor de filtro, selección, ordenamiento, pausa. Y es en donde me parece que aparece lo que se denomina la “vida contemplativa”, que Byung reivindica.
El actual desarrollo cultural, y en particular, el uso de las tecnologías y las redes sociales, ha llevado en mi opinión a una aún mayor aceleración de los acontecimientos del entorno humano, a una mayor falta de control y pausa, a un incremento y aceleración del tiempo de proceso de la mente. Pero es un proceso sin orden ni pausa. Esto, entre otras muchas cosas, produce sensación de descontrol, de pérdida, de ansiedad. Hay mucha más información, pero al tiempo una mayor falta de control. Los acontecimientos, las noticias, los sucesos, las imágenes y sonidos nos atropellan y nos llevan con ellos como en un cauce desbordado y caótico, de un lugar para otro, sin orden ni concierto. Ni pausa.
Y es precisamente esa pausa, ese “arte de demorarse”, ese poner dique al paso de lo que sucede en nuestro entorno, para poder contemplarlo, digerirlo, encauzarlo, lo que se reinvindica en este ensayo que me parece muy recomendable.