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Por David Torrejón

Este año se cumplen 25 desde la publicación de “Más lo siento yo”, mi primera novela. Suficiente tiempo como para que pueda contar su historia íntima sin que nadie se sienta molesto.

La novela se gestó entre 1984 y 1985, cuando aún tenía fuerzas para escribir después de una agotadora jornada. Vivíamos mi mujer (embarazada) y yo en un pisito de barrio de supuestamente tres habitaciones. Supuestamente porque una de ellas era tan pequeña que hubo que convertirla en armario. Y allí, en una esquinita, tenía yo mi precaria mesita y mi máquina de escribir. La novela tiene su origen en un pique con mi compañero de trabajo y luego gran amigo, Juan Barber. Los dos lucíamos ínfulas de escritores y casi nada para demostrarlo al margen de algún cuento primerizo y unos folios de sendas novelas atascadas. En algún momento de 1984, al poco de conocernos (en realidad nos conocíamos de un trabajo surrealista anterior, redactar artículos para enciclopedias, pero nos costó varios años recordar por qué nos sonábamos tanto) nos retamos a presentarnos al Premio Sésamo de novela corta. 

Este era entonces un galardón muy prestigioso, con jurados de lujo, que patrocinaba Cuevas del Sésamo, como su nombre sugiere, un insalubre local de la Calle Príncipe, desaparecido no ha mucho tiempo, pero que fue un reducto de libertad en pleno del franquismo. Su propietario y promotor del premio era el conquense Tomás Cruz (expiloto republicano) quien con una generosa dotación logró que se considerara como la antesala de la temporada de grandes premios (Nadal, Planeta…). Empezó con la categoría de teatro y luego se añadieron el cuento y la novela corta, que fue la que le dio más prestigio. El premio no sobreviviría mucho a la muerte de su creador en 1987 pues el último se entregó en 1991. Algunos escritores que ganaron en alguna de las categorías fueron, por ejemplo, Fernando Quiñones, Luis Goytisolo, Isaac Montero, Juan Marsé, Alfonso Grosso, Daniel Sueiro, Juan José Millás, Eduardo Chamorro, Eduardo Mendicutti o Soledad Puértolas. 

Tales nombres dan idea de la insensatez juvenil de nuestras pretensiones. El caso es que terminé la novela justito a tiempo para presentarla al concurso de 1985. Terrible error, pues su potencial se podía exprimir mucho más. El caso es que Juan tenía contacto con Juanjo Millás, no sé muy bien por qué canal, quien estaba ese año en el jurado. A través suyo fuimos conociendo las vicisitudes de la selección. No recuerdo muy bien qué pasó con la novela de Juan, ni he conseguido averiguar quién ganó ese año, pero “Más lo siento yo” quedó tercera en la votación final. Es decir, nada, porque ni siquiera se la citaba como finalista. 

El día del fallo Millás me dijo que la novela estaba muy bien, pero que no me preocupara, porque muchos escritores terminan buscando sus primeras novelas por las librerías de viejo para quemarlas. Yo me mordí la lengua para no responder que me habría gustado tener esa misma oportunidad. 

Ya no sé muy bien en qué momento, pero sería un año o dos después, cuando pude dedicarle algo de tiempo a rematarla como merecía. Entre tanto habían llegado una hija, la apertura de un negocio (guardería) y más responsabilidades en mi labor de periodista. Envié el original reformado a la agencia de Carmen Balcells. Supongo que lo del Sésamo sería un buen salvoconducto, pero también era un buen momento porque estaban buscando nuevas voces para su “cuadra”. El caso es que me llamaron para una reunión en Barcelona y allá que me fui. Se quedaron con el original, sin ningún papel por medio. El chico que me recibió fue encantador, alabó mucho la novela y un libro de relatos humorísticos que había publicado en Anuncios, y no volví a saber nada más hasta un par de años después. Más o menos. Fue cuando me llamaron para preguntarme si aún tenía disponible la novela porque la habían recuperado, tras tenerla extraviada, para presentarla al Premio Diana de México, donde estaba finalista. Vuelco de corazón pertinente y decepción subsiguiente. Naturalmente no ganó y yo me permití el lujo de enviar una carta a la agencia criticando su poca profesionalidad por extraviar mi original. También por correo recibí la respuesta de Carina Pons, mano derecha de Balcells, mandándome amablemente a freír gárgaras.

Para el siguiente paso hubo que esperar bastantes años, probablemente diez, hasta que en 1999 un amigo me habló de una editorial peculiar que estaba naciendo en el noroeste de Madrid y que buscaba originales. Y así fue como terminó la procelosa historia de esta novelita, convertida en el tercer título publicado en el sello Prosa Nostra de La Discreta.

Me la presentaron en la Fnac Isabel Coixet, a la que conocía de su etapa de creativa publicitaria (yo trabajaba entonces en Dimensión, una buena agencia), y mi amigo Igor Reyes Ortiz, entonces componente del equipo de “Lo que yo te diga”, en Radio El País.

Sé que la novela tiene defensores fanáticos, normalmente defensoras. Su sugerente estructura es a la vez su fuerza y su debilidad, porque hay momentos en los que el lector puede perderse. Hay una historia de amor adolescente que evoluciona mal, más una de suspense con detective experiodista, todo ello envuelto en una reflexión implícita sobre la distancia entre realidad y ficción. Es la historia del escritor que escribe a un escritor y la historia que este último escribe. Cada una con su estilo narrativo. Como truco, una parte está escrita a mano y la otra a máquina. Adivina cuál es cuál en estos dos párrafos:

“En la penumbra [de la iglesia] repleta de aromas y brillos arrobadores nadie te respondió. Tu pensamiento rebotó por las paredes, los bancos, los confesionarios hasta perderse en las líneas maestras de la bóveda sin que nadie lo recogiera. Tus ojos seguían fijos en el rostro de imaginería. Poco a poco, sus rasgos se diluyeron hasta formar vagamente los de Elena, una Elena virgen que te miraba sin ver”.

“- ¿Quién ha querido matarte?

El inspector Canencia se parecía muy poco a los policías que había conocido durante mi época de periodista. Los que leían las notas de prensa eran lechuguinos de Oxford en comparación con semejante mostrenco”.

“Más lo siento yo” está disponible en la web de La Discreta un cuarto de siglo después. ¿Qué editorial cuida así a sus autores?

(Puedes pedirla en: https://www.ladiscreta.com/producto/mas-lo-siento-yo/)

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