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Un juego de espejos: George MacDonald y Lewis Carroll
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Acabo de recibir un ejemplar de Fantastes, de George MacDonald (edición original de 1858), en una edición en español de Atalanta, de este mismo año, 2025.
Es un libro de hadas, ¿pero para niños? En absoluto. Como el mismo autor decía: No escribo para niños, sino para los que sean como niños, tengan cinco, cincuenta o sesenta y cinco años.
Es un libro maravilloso, que ya leí hace años, que ahora leo con igual arrobo y que me gustaría que mi nieto, que ahora tiene cinco años, pueda igualmente disfrutar muy pronto.
La edición de Atalanta me parece buena y la traducción de Juan José Llanos muy aceptable. (Lo que no quita para que, como casi siempre, aconseje que quien pueda hacerlo lo lea en su lengua original).

En la Introducción de C.S. Lewis se dice que el valor principal de este autor y de este libro está en en la creación mitológica, que nos envuelve y nos dice mucho más de lo que dicen las palabras, que, para él, resultan en muchos casos recargadas y hasta con imperfecciones. Y estando de acuerdo en que la creación fantástica de MacDonald sobresale por encima de la mayoría de otros autores del género, a mí, la verdad, no me parece en absoluto que la envoltura, la palabra, esté exenta de claridad, ritmo y poesía, al contrario.
Como ejemplo, un trozo, que traduzco a mi manera. Capítulo 3. Anodos, el joven protagonista, se interna en el País de las Hadas, según el anuncio del hada que encuentra en el interior del escritorio que hereda de su padre. Y nos describe el paisaje de bosque intrincado en el que se encuentra, salpicado por algunos claros llenos de verdor y misterio:
Pero incluso ahí me sentí abrumado por la sensación de quietud absoluta. No se escuchaba el canto de ningún pájaro. Ni el rumor de ningún insecto. No me crucé con ninguna criatura viviente. Pero algo en el ambiente sugería de que a pesar de que todo parecía estar dormido, había en ese sueño un aire de expectación. Los árboles parecían mostrar una expresión de misteriosa conciencia, como si se dijeran a sí mismos: “Podríamos, si quisiéramos”.
(Un entrelazamiento. Cómo me recuerda a John Cowper Powys y una descripción suya que comentamos en este mismo blog: https://www.ladiscreta.com/2024/06/23/procesos-naturales-ocultos-y-el-entrelazamiento/)
Siguiendo con el viaje de Anodos, un poco más adelante, añade:
Ahora todo duerme y sueña, pero cuando llegue la noche será diferente. Al mismo tiempo, yo, siendo un hombre y niño del día, sentía la ansiedad de cómo me resultaría estar entre elfos y aquellos otros niños de la noche que despiertan cuando los mortales duermen, y hacen su vida común durante las maravillosas horas que fluyen sin ruido entre las formas inmóviles y en apariencia muertas de hombres, mujeres y niños, que permanecen tumbadas y esparcidas bajo el peso de las pesadas olas de una noche que que los mantiene adormeciedos y sin sentido hasta que cambia la marea y las olas se alejen de vuelta al océano de la oscuridad.
En el capítulo X hay una reflexión en que se compara la vida real con otra que solo se nos sugiere. Anodos despierta a bordo de una barca que se mueve silenciosa sobre la corriente tranquila de un río y observa el reflejo del cielo nocturno en el agua:
¿Por qué los todos los reflejos son más hermosos que la realidad -puede que no tan grandes o fuertes, pero siempre más hermosos? Hermosa resulta la barca que surca el mar brillante; pero más hermoso aún es el reflejo de la vela temblorosa que ondea sin descanso en la superficie que la sustenta. Sí, el propio reflejo del océano muestra una maravillosa imagen que se desvanece cuando devolvemos la vista a su realidad. Todos los espejos resultan mágicos. (…) Y debe haber una verdad enmascarada en todo esto, aunque no podamos aprehender su significado.
Y me parece a mí que este párrafo condensa lo que es el libro: un espejo en cuyos reflejos se nos muestra la belleza de una realidad que a primera vista se nos muestra esquiva, oculta. Un libro que como sugiere el autor está escrito para los niños que, al margen de nuestra edad de adultos, seguimos albergando en nuestro interior, y para una época en la que -conectando con el fundamento de lo que cita mi entrada anterior de este blog sobre la reivindicación de la dimensión contemplativa en estos tiempos caóticos, atomizados y dispersos- la recuperación de un tiempo de pausa, significado y estructura resulta tan necesario.
(Otros libros de MacDonald: los libros de Curdie, La llave de oro, La princesa perdida, Lilith).
1 Comment
¿Hubo alguna relación de este autor con Lewis Carroll? Parece que vivieron en la misma época.