El pasado 27 de noviembre se presentó en Barcelona el poemario Horas tangentes de Miquel-Lluís Muntané, en la que el autor estuvo acompañado por los escritores José Florencio Martínez, Silvia Rins (traductora y prologuista) y Santiago López Navia (editor de la obra, en representación de La Discreta). Con tal motivo, nuestro blog dedica sendes entradas a los textos de presentación de los dos primeros. Hoy reproducimos el escrito por Silvia Rins.
A propósito de Horas tangentes de Miquel-Lluís Muntané (y 2)
Por Silvia Rins
Los que conozcan la obra poética de Muntané sabrán que se trata esencialmente de un poeta en verso. En castellano ha publicado en una edición conjunta, también en La Discreta, sus libros La otra distancia y Obrador a mediodía. Horas tangentes es la consecuencia de una fugaz historia de amor –no siempre escogemos las formas, a veces ellas nos escogen a nosotros– con el poema en prosa. Todo comenzó una tarde lluviosa del año 2009, cuando estaba tomando un te mientras hacía tiempo para la visita al dermatólogo, y garabateó en el dorso de una factura el germen de lo que sería el primer poema del libro, “La pasarela”. A partir de aquí, y durante tres años, se sucederían los demás textos hasta completarlo. De los cincuenta escritos, quedaron cuarenta y tres en la versión final, que es la que el lector tiene hoy en sus manos.
El poema en prosa, junto al verso libre, constituye uno de los grandes logros de la modernidad: la liberación de la tiranía de las constricciones de la rima y el metro. Con Schlegel y Novalis la prosa representa el ritmo “natural” frente al “artificial”, impuesto por el ingenio del hombre: “el ritmo personal, en correspondencia con el ritmo íntimo y secreto de la naturaleza, se convierte en la verdadera y original fuente de poesía”. ¿Cómo definir el poema en prosa, puesto que su mismo nombre entraña una paradoja? He tenido oportunidad de estudiar y reflexionar sobre esta forma poética en una tesis doctoral y estas son algunas de las conclusiones: Estructura en prosa autónoma, breve y cerrada, explora la función poética, estética, connotativa del lenguaje, ajustando forma y contenido en una unidad compacta e indisoluble. Reacción contra los atributos tradicionales de la expresión poética, a favor del ritmo y la imagen como nuevas propiedades transmisoras de poeticidad, supone el derrumbamiento de la distinción absoluta entre verso y prosa, al rechazar cualquier tipo de pausa que señale la unidad visual y rompa el fluir del discurso. Muntané cultiva una forma madura, contenida y diversificada de poema en prosa con su rigor habitual, como los que alternaron en sus libros Charles Baudelaire, Juan Ramón Jiménez o Jorge Luis Borges.
Desde una perspectiva formal, en Horas tangentes se distinguen los que poseen, como la poesía en verso, marcas estructurales: párrafos articulados a través de anáforas, enumeraciones y paralelismos, a menudo estableciendo simetrías, relaciones de causa-efecto y contrastes. Y, por supuesto, aquellos cuya armazón se difumina en la escritura, modelo por excelencia de poema en prosa: un texto urdido por imágenes, metáforas, comparaciones, antítesis, paradojas, repeticiones, correlaciones, símbolos, impulsores de un ritmo interno que lo sostiene en el aire como un prodigioso artefacto.
Desde el punto de vista del contenido, el carácter descriptivo, figurativo y meditativo de estas composiciones también entronca con los orígenes del poema en prosa. Los textos que componen este libro son, en primer lugar, descripciones, que trascienden la mera objetividad, para proyectarse como símbolos de estados de ánimos del yo poético. Muy en la línea de Aloysius Bertrand, iniciador de la concepción moderna de esta forma poética ligada a una estética de la abstracción y la sugerencia; y cómo no, a quien le dio renombre y lo llevó hasta sus límites vinculado a la nueva sensibilidad de la vida urbana moderna, Charles Baudelaire. En segundo lugar, se trata de evocaciones, momentos que pese a su aparente cotidianeidad persisten como un fulgor en la memoria. Como si se estuviéramos degustando la magdalena de Proust, despiertan el recuerdo punzante, agazapado en las cavernas del alma. En la literatura española es un caso paradigmático Ocnos, de Luis Cernuda. En tercer lugar, nos hallamos frente a revelaciones, en el sentido de las epifanías discretas reivindicadas por James Joyce, que adoptó el sentido religioso y místico de esta palabra en el contexto de la experiencia estética, aunque a veces en Muntané el efecto se materialice más cerca de los koan zen. Horas tan insignificantes como enigmáticas que recorren su obra poética desde los inicios y culminan en este libro; quizá porque el poema en prosa, sintético, intenso, holístico, constituye la forma ideal para expresar lo indecible.
En lo que respecta a mi experiencia como traductora de este libro, debo decir que la palabra poética siempre va más allá de su sentido y fijar su homóloga en otra lengua, la que refleje mejor el matiz otorgado en la fuente original, no es baladí. Al traducir poesía en verso, la estructura métrica o rítmica del texto constituye un esqueleto que, en general, hace al resultado adolecer de cierta rigidez o acartonamiento: la esencia de la poesía se diluye en el esfuerzo por preservar su armadura. En el poema en prosa, la traducción no carece de complejidad; sin embargo, ofrece la contrapartida de armonizar el equilibrio entre forma y fondo. Su objetivo es recrear el contenido conservando tanto el sentido de los conceptos y las ideas como la cadencia de la frase y la melodía del ritmo.
Pese a que castellano y catalán son dos lenguas románicas hermanas –hijas de la evolución, corrupción y diversificación del latín–, ambas poseen sus peculiaridades acentuales, métricas y léxicas. Escoger entre dos sinónimos o discernir una falsa polisemia dieron lugar a apasionadas disquisiciones lingüísticas con el autor, con quien tuve la suerte de poder conversar y debatir durante el proceso. Cuando resultó necesario, opté por apartarme de la literalidad, persiguiendo el efecto de una metáfora original (“enceta un tall de son” se transfigura en “paladea una bocanada de sueño”) o la mejor alternativa para una expresión intraducible (el “gall escadusser” pasó a ser el «gallo rebelde»). En cambio, mantuve Ixelva, un nombre propio inventado por Muntané que se encuentra en varios poemas a lo largo de su obra. Personifica al burgués mediocre y conformista que no aspira más que a tener sus necesidades básicas cubiertas, incapaz de formular juicios críticos, disfrutar de la belleza y sentir lo espiritual.
Quisiera acabar mi intervención con el último párrafo de mi prólogo a esta edición de Horas Tangentes:
Según el Antiguo Testamento, los dioses nos castigaron confundiendo nuestras lenguas para que no llegáramos a alcanzarlos jamás. Desde entonces, algunos hombres se dedican a enfrentarse abanderando sus diferencias; otros, por el contrario, acometen actos para comprender a sus congéneres y ofrecer su obra a los demás. Visto así, la traducción tiene un punto heroico que, en el caso de la poesía, parece tarea abocada a lo imposible. Me conformo con haberme quedado lo suficientemente cerca de lo imposible para que el lector pueda percibir lo que ni siquiera está escrito, la trascendencia de estas horas misteriosas vinculadas por hilos de acero, de seda y de nervios, que casi acariciamos con la yema de los dedos.