El futuro de la humanidad
12 abril, 2020
Antípodas, de Paloma González Rubio
29 abril, 2020

Por Luis Junco

¿Qué tiene que ver un virus con una galaxia como la nuestra? En apariencia, son cosas tan disímiles como sus tamaños respectivos: un virus mide 10 elevado a menos 9 metros (un cero con nueve cifras decimales hasta el 1); una galaxia media, 10 elevado a 21 metros (un 1 seguido de 21 ceros). Nosotros estamos en una escala intermedia, y somos conscientes de las dos cosas.   El virus, una pequeña estructura orgánica al límite de lo que es la vida. Nuestra galaxia, una  inmensa estructura de forma espiral (una entre los cien mil millones que se estima que hay en nuestro universo observable) compuesta de gas, polvo, nubes con moléculas orgánicas y miles de millones de estrellas que gira alrededor de su centro como una enorme noria, lentamente (una vez cada 200 millones de años) y arrastrándonos en el extremo de uno de sus brazos espirales. Y sabiendo eso, apenas somos conscientes de que junto con virus y galaxias, formamos parte de un mismo y poderoso proceso, en el que creación y destrucción, vida y muerte son parte de la misma transformación.

En un precioso libro titulado La vida en el cosmos (1998), el americano Lee Smolin defiende una teoría chocante, original y que a pesar del tiempo transcurrido -más de veinte años- desde que fue postulada, sigue gozando un buen fundamento científico. Está basada en la teoría evolutiva  de las especies vivas que Charles Darwin y Alfred Russel descubrieran en el siglo XIX y que Smolin extiende al universo en su conjunto y denomina “selección natural cosmológica”.

Uno de los mayores misterios de nuestro universo es lo que se denomina su “ajuste fino”, que viene a referirse al valor de ciertos parámetros físicos, como las masas de las partículas elementales. Ligeras variaciones en esos valores impedirían la formación de átomos estables, de estrellas, de compuestos orgánicos, de vida. ¿Cómo es posible que esos valores estén tan ajustados que permitan que nosotros existamos? Si no se quiere acudir a una intervención divina, dice Smolin, hay una explicación: la misma que descubrieran Darwin y Russel para el origen de las especies vivas. 

De una forma muy simplificada, podríamos explicarla así. El primer universo comenzó como el que conocemos, con un big-bang y un proceso de expansión inflacionaria. Pero sus parámetros  físicos eran completamente distintos a los de nuestro universo, serían valores aleatorios, inadecuados para la formación de átomos estables y vida. Sin embargo, sí serían valores que harían que el universo acabara contrayéndose hasta condiciones parecidas a las iniciales y generara una nueva explosión. En ese nuevo universo, que sería descendiente del primero, los valores de los parámetros ya no serían iguales, variarían un poco, sufrirían una pequeña mutación. Este proceso se repetiría durante mucho tiempo, con pequeñas y continuas mutaciones de los parámetros físicos, hasta que, como ocurrió en nuestro planeta con las continuas replicaciones que dieron origen a la vida, se formaran las primeras estructuras autorreplicantes. En el caso del universo, los valores de las características físicas de las partículas elementales formadas serían los adecuados para que aparecieran átomos y estrellas. Y estas, las estrellas, serían las estructuras autorreplicantes del universo. Y aquí Lee Smolin da otro salto de imaginación en su teoría.

Ya es bien conocido que las estrellas (como nuestro sol) nacen, viven y mueren. Y que cuando la masa de la estrella es bastante mayor que la de nuestro sol, su muerte acaba con una tremenda explosión (supernova) y un núcleo tan denso, que la gravedad convierte en un agujero negro. Ni siquiera la luz puede escapar de él, de ahí su nombre. En ese interior tan denso y colapsado por la gravedad se produce otra explosión que hace expansionar el espacio. ¿Pero a dónde va esa expansión que no podemos ver porque ocurre en el interior del agujero negro? Lee Smolin dice que a otro universo, creado a raíz de esa explosión que tiene lugar en el interior del agujero negro. La imagen es especular con la de nuestro big-bang. Si miramos al pasado, vemos el origen de nuestro universo como una singularidad en el espacio y en el tiempo, más allá de la cual nada podemos ver. Las inteligencias que nacieran en ese otro universo que surgió del agujero negro verían lo mismo que vemos nosotros cuando miramos al pasado. Una singularidad más allá de la que nada pueden ver.

La selección natural ha ajustado los parámetros físicos para crear universos con estrellas que dan lugar a agujeros negros, origen de otros universos. Un subproducto de esas estrellas es la vida. Los genes de la evolución biológica tendrían su paralelo en los parámetros físicos; las estrellas y agujeros negros serían los anfitriones que utilizan para replicarse. 

Pero la historia no acaba aquí. Aún no hemos hablado del papel de las galaxias, su paralelismo con la expansión de una pandemia viral. Y tampoco cómo una teoría acaba en literatura. Lo haremos en la próxima entrada de este blog.  

6 Comments

  1. Carlos dice:

    Tal como está narrado parece una novela, más cercana a la literatura, sin llegar a ser un sistema de creencias. Es casi imposible que logre un nexo con lo que dijo Darwin y, todo caso, muy difícil, quizás imposible de demostrar. Pero al dejar correr la imaginación bastaría que se encontraran registros fósiles, lecturas de espectros de la luz que fueran catalogables y, vaya a saberse, qué otras pruebas pudieran aparecer.
    Por esa vía habría una ruta a una ciencia ficción que estuviera de este lado de la realidad, pero no tanto como para que simplemente no fuera pura y simple imaginación; sio embargo, nunca dejaría de ser emocionante descubrir que se cumplan sus pronósticos.
    Si el resultado, por ejemplo, es el homo sapiens, a qué resultado equivalente se llegaría en esa evolución cosmológica: ¿el sol nuestro como estrella inteligente? .

  2. Carlos dice:

    Algo adicional, interesante, ¿hasta que punto el modelo prebiótico del virus representa, al Universo ciego. El virus pareciera de una potencia inconmensurable, solo medible en función de nuestra propia irracionalidad humana: mientras más ciegos seamos más seguros estaremos de interpretar el virus, aunque éste nos meta en un mundo durante el cual ni siquiera existíamos. Eso es lo que hace que la naturaleza de esta crisis esté mucho más allá de los enfoques filosóficos conocidos. No sería sobre la cultura humana sobre lo cual se estaría decidiendo, sería sobre algo mucho más recóndito que por primera vez nos asalta como devorador, si es que no es una nueva propuesta desconocida.

  3. La Discreta dice:

    Muy interesantes tus comentarios, Carlos, gracias. Y sí, para mí Lee Smolin escribe e imagina casi como un novelista, pero es también un enorme físico. Algunas de tus dudas espero contestarlas en la segunda parte de la entrada, en unos días. Y la mayoría de las que presentas están contestadas -mucho mejor de lo que yo pueda hacer- por el propio Smolin en el libro, que te recomiendo. Es un libro ya antiguo (1998), que leí en inglés en su momento, pero sé que hay una edición española.
    Gracias de nuevo por tu colaboración.

  4. Emilio dice:

    ¡Extraordinario, y además precioso, Luis! Estoy deseando leer la continuación.

  5. […] negros. El libro de referencia es La vida del cosmos. (De él ya hablamos en este blog, aquí: https://www.ladiscreta.com/2020/04/28/virus-y-galaxias-teoria-e-imaginacion-1/ ) Y por último, el filósofo de ciencias cognitivas, Daniel Dennett, con el ensayo De la bacteria […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *