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Una reseña inservible de «Una historia de amores»

Por David Torrejón

Hay veces que una reseña solo le sirve a aquel que la escribe. Por ejemplo, cuando el protagonista del libro es alguien a quien el redactor conoció. Tal es el caso de esta nota sobre Una historia de amores, de Paloma Bravo. Yo tuve la inmensa fortuna de conocer a su padre, Julián Bravo Navalpotro (1936-2021), protagonista de esta obra en carne viva y por eso mi lectura y las emociones que me despertó son difícilmente transferibles.

En ella se relatan los largos meses en los que él luchó contra un raro tipo de cáncer de lento avanzar e imposible solución, y lo que supuso para quienes le rodeaban, especialmente su familia y cómo no, para su autora, la hija menor del matrimonio Bravo Aguilar, la escritora Paloma Bravo.

¿Para qué escribir estas líneas, pues? Simplemente para añadir detalles que la autora no relata (porque no formaron parte directa de su vida), con la idea de que añadan valor a quien lea el libro. Paloma es su hija, y no podemos ponernos en su piel, pero a su vez ella no puede situarse en la posición de quienes conocimos a su padre como compañeros y amigos de la profesión publicitaria.

Me interesa escribirlas, además, para romper la imagen que siempre han tenido los publicitarios o publicistas (hoy, mayoritariamente las), amarrada al tópico del charlatán sin escrúpulos. No digo que nos los haya habido, pero que uno de los referentes de todo publicitario que se precie sea, aún, Julián Bravo, quizás sea la mejor prueba de que el tópico no funciona.

Si fuera de otra forma ¿qué probabilidades habría tenido el hijo de un matrimonio de maestros rurales nacido en Campisábalos, un pequeño pueblo de la sierra de Ayllón, de situarse al frente de la agencia más grande y sólida de España durante muchos años (J. Walter Thompson), ser su vicepresidente mundial, y tras salir de ella, convertirse en asesor del presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, presidente ejecutivo del famoso EGM (obligado a lidiar con los egos inabarcables de los divos de los medios), cofundador y presidente de la Academia de la Publicidad, dirigir su propia editorial y mil cosas más, largas de enumerar? Sin duda, ninguna probabilidad. Aunque en los sesenta pasó algo más de un año en la Nueva York de los mad men (Madison Avenue), parece que de allí Julián solo se trajo las enseñanzas para hacer mejor publicidad, y no sus peores prácticas. 

Porque “la Thompson” de Manu Eléxpuru (prematuramente desaparecido) y Julián Bravo fue siempre escuela y una de las agencias más deseadas para trabajar. Y doy fe de que nada hay más complejo de gestionar que un nido de talentos como es una gran agencia. En su caso, un grupo de extraordinarios profesionales que bajo su batuta hizo una publicidad excelente y respetuosa con la audiencia. Cientos de campañas que ayudaron a modernizar nuestro mercado y, un poco también, nuestro país en los setenta y ochenta. 

https://www.lahistoriadelapublicidad.com/protagonista-143/julian-bravo-navalpotro

De eso casi nada sabrán los lectores de Una historia de amores. Como yo, por mi parte, desconocía antes de leerla la historia familiar de Julián Bravo. De hecho, a pesar de que unas pocas veces al año comíamos juntos (al principio yo como joven periodista especializado con afanes de escritor, luego como compañero publicitario y finalmente como colega de asociaciones) en algún restaurante de esos con fundamento que le gustaban, tuve que enterarme por terceros de que estaba casado con Elvira Aguilar (periodista, durante muchos años directora de revistas femeninas como Elle), y solo si venía al caso me hablaba de los progresos de su hija escritora.

No es extraño que, sabiendo todo eso, el libro me haya emocionado. Descubrimos una familia especial, con unos padres singulares y una relación entre padre e hija que nos involucra. Esos padre y madre que también se alejan del tópico del matrimonio de directivos. Estamos tan habituados a relatos, películas y series sobre familias que no son lo que parecen sino un silo podrido de envidias y secretos, que parece que haya que pedir perdón por hablar de una familia unida, que se quiere y es capaz de hacer frente común ante la adversidad. 

El estilo que elige Paloma Bravo (en este caso yo diría que la elige a ella, porque se nota que le sale muy de dentro) es propio de una escritora madura: arriesgado en su mirada interior y sobre todo sincero y humano al relatarnos la evolución de la situación. Narración en la que no nos ahorra el contexto: la pandemia, el triaje (devastador para con una generación que sobrevivió a la posguerra y sostuvo sobre sus hombros el país mientras se democratizaba), los recortes en la sanidad pública, Filomena…

Pero, sobre todo, es el viaje interior de la narradora por sus emociones, sus recuerdos, la relación con su padre y su presente de madre de una adolescente.

Un libro inusual y conmovedor, para mí y para los que conocimos a Julián, pero creo que también para cualquiera que lo lea. Nada más lejos de una obra de autoayuda, pero mejor que la inmensa mayoría de ellas a efectos de prepararnos para aquello de lo que nadie escapa.

El libro es un rosario de cuentas inacabables para los que subrayan. Yo, que no subrayo, escojo unos párrafos al azar.

Habían pasado semanas desde que lo condenaron a muerte. Yo compaginaba el trabajo con las citas médicas e intentaba ser una madre sonriente, alegre, centrada, vitalista… pero no encontraba energía (…).

Esperar, con mi padre, era buscar en sus recuerdos. 

Como si salieran solas de armarios y cajones, iban apareciendo fotos: de su mili, de los abuelos, de los amigos que había perdido. Vivíamos rodeados de otros muertos. (..:)

Mi padre no preguntaba demasiado porque le daban miedo las respuestas. Caminábamos despacito a la administración de lotería. Quería hacer un Euromillones para sus hijos. Esos hijos que estaban siempre con él. Jugando al dominó, gocheando a la hora de la merienda. Esos hijos que él disfrutaba tarareando, haciendo juegos de palabras, chichando a mi hermano cuando le ganaba. ‘Hombre, esperaba más de ti…’.

Luego, a solas con mi madre, se venía abajo.

Dice que se pone triste cuando ve a estos hijos tan maravillosos ‘porque van a desaparecer y son tan extraordinarios… Y están porque quieren estar con nosotros’. Os siente muy cerca y le llega al alma.

‘Es él el que va a desaparecer’, le corregía mi madre al contárnoslo, pero yo entendía a mi padre y tenía razón: seríamos nosotros los que desapareceríamos, los que ya no seríamos con él. Mi padre lo sabía y me abrazaba cada vez más fuerte, clavándome sus huesos picudos y agarrándome con sus manos delgadísimas. Me decía ‘Palo’, suave, él que no creía mucho en diminutivos, y yo me iba llorando.

1 Comment

  1. Francisco José González dice:

    Una excelente reseña, David, que nos llega al corazón de cuantos queremos y admiramos a Julián. Gracias por escribirla.

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