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Por Luis Junco

Tiempo. En estos días se han cumplido veinte años desde que publiqué Una carta de santa Teresa, una novela de casi 350 páginas, de esas que ya no estaban de moda porque lecturas que consumían mucho tiempo de lectura ya no se llevaban. Recuerdo que en la presentación por aquella época decía yo que escribir para mí suponía una pausa, zambullirme en un remanso del tiempo -que con aquella novela duró cinco años-, pues en la práctica de la escritura uno vuelve a tomar conciencia de ese valor raro y en desuso que es la reflexión. Y conectaba con la santa de Ávila -que da título a la novela- cuando ella decía que quince minutos de reflexión diaria nos garantizaban el cielo. 

Si ahora, veinte años más tarde, tuviera que hacer un rápido balance sobre esta última recomendación de santa Teresa, yo diría que la mayoría estaríamos condenados al infierno. ¿Quién tiene hoy tiempo de reflexionar? 

Desde aquella época, la comunicación se ha acelerado enormemente y se ha enfocado hacia el efecto causado, aunque sea a costa de la veracidad y la objetividad. Esto último requiere pausa, reflexión, argumentación, racionalidad. Pero la comunicación acelerada no otorga nada de eso, produce su efecto apelando a la rápida reacción de los sentimientos. ¿Y qué puede esperarse de los sentimientos en mentes que viven sin pausa, sin reflexión, incapaces de contrastar racionalmente sus opiniones con otras diferentes? (Basta ver la mayor parte de los denominados debates televisivos para comprobar que no se emiten argumentos, sino lemas; que no se escucha al contrario, se le increpa). Hoy, después de más de veinte años después de la presentación de aquella novela, tengo el convencimiento de que en proporción hay muchas personas más inteligentes que hace veinte años, más rápidas en reaccionar, con mucha más información; pero sin duda mucho menos racionales.

Entiendo, pues, que hoy la resistencia pasa por la pausa, por poner diques al acelerado paso del tiempo; por nadar contra la corriente, subir a la ribera y considerar desde la quietud el tumultuoso y alocado discurrir. Leer buena literatura, aunque sean novelas largas, ensayos que requieren tiempo, reflexión, leer poesía de la de verdad. Yo no soy creyente, pero me parece que rezar también es una buena práctica, por lo que tiene de examen de conciencia, de pausa. Y naturalmente, en estos tiempos de precipitaciones, reivindicar il dolce far niente. 

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