Punto final para Gutiérrez, de Andrés Gastey

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–Esta es la General Paz. Aquí empieza la ciudad de Buenos Aires –tuvo a bien informarnos nuestro chofer cuando atravesamos una pobre vía de circunvalación. Supe entonces que debía prepararme para esperar cualquier cosa de una ciudad limitada por una frontera cuyo nombre conciliaba, en tan sólo tres palabras, oxímoron y anacoluto.
Corre el año de 1986. Gutiérrez desembarca en una Argentina cenagosa y se da pronto cuenta de que le tocará participar en una siniestra logomaquia de la que no saldrá impune.

Poco ha cambiado en la vida de Andrés Gastey desde su Gutiérrez se presenta (La Discreta, 2001): ni siquiera la popularidad que le granjearon los éxitos inauditos de Gutiérrez y el Imperio del Mal (La Discreta, 2006) o Gutiérrez y las almas muertas (La Discreta, 2018) ha alterado su compromiso con la alta literatura, que culmina con este punto final, cuarta y –tal vez– última entrega de la serie.

El autor nos ofrece la cuarta entrega de las aventuras de este singular investigador que no parecía destinado, ni por físico ni por temperamento, a lidiar con semejantes morlacos, pero que es capaz de cortar el rabo y las dos orejas en una plaza poco dispuesta, con unos toros resabiados y muy, pero que muy peligrosos. De paso, esto lo va consiguiendo sacándonos una sonrisa, aunque esta se nos crispe por la terrible desazón que nos provoca el enfrentarnos a la galería de horrores que nos relata. Pero, al igual que en anteriores entregas de la serie, el autor nos deja un hálito de esperanza en que algo se puede hacer ante el horror y la violencia.
No sabemos si el título del libro se refiere a las leyes homónimas que cerraron en falso los horrores genocidas que llenaron de sangre y vergüenza a la sociedad argentina, o bien es que esta será la última entrega de Gutiérrez, pero el final de la novela nos deja una rendija de esperanza de que Gutiérrez, embarcado en nuevas ocupaciones, seguirá desfaciendo entuertos, pese a quien pese.

Totalnoir

 

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