Por Luis Junco
En alguna ocasión nos hemos referido ya a este escritor casi desconocido en nuestro país. (Véase aquí: https://www.ladiscreta.com/2019/07/16/john-cowper-powys-el-gran-narrador-desconocido/ ). Entonces nos referíamos a una de sus novelas, Wolf Solent. Esta es otra de sus grandes creaciones.
John Crow, un joven de 35 años, llega en tren a Brandon (localidad entre Norfolk y Suffolk, en el sureste de Inglaterra). Vuelve al lugar de su infancia, en donde se va a proceder a la lectura de la voluntad testamentaria de su abuelo, el hacendado William Crow, recientemente fallecido. En el camino John se tropieza con Elizabeth Crow, su tía, única hija viva del difunto, y con Mary, prima de John, que él no veía desde la infancia. Y si el sorprendente resultado del testamento constituye el escenario en el que se va a desenvolver la trama, el núcleo principal de la novela es el amor entre los dos primos, John y Mary, que ya se había iniciado en sus tiempos de la infancia en aquellos mismos lugares.
Analizar la novela -incluso, comentarla adecuadamente- daría para muchas, muchas páginas. De modo que hacerlo en esta breve entrada no resulta sencillo. Pero creo que, para incitar a la lectura de Powys y a la de esta novela en particular, merece la pena intentarlo, acotándolo al amor entre los dos primos y a la originalísima atmósfera que crea el autor para narrarlo.
No creo equivocarme si califico a John Cowper Powys como un novelista “clásico”, en el sentido de huir de toda moda literaria al uso, de todo cosmopolitismo literario, que se aferra con devoción a una literatura que hinca sus raíces en el terreno de donde emana y, sin quedarse ahí, continúa buscando su savia en la tradición más clásica, de donde procede. Así lo dice el mismo Powys en la conclusión de sus Ensayos sobre libros y sentimientos (1916). Una inspiración que se refleja con claridad en esta novela y, en particular, en las preciosas descripciones que él hace del amor de John y Mary. Algo a lo que voy a referirme, aunque solo sea basándome en un capítulo de la novela y a algunos párrafos del mismo.
Como ya decíamos en aquella antigua entrada de este blog, me resulta inconcebible que Powys aún no esté traducido al español. Una traducción que supondrá un reto para quien lo intente, desde luego, por la riqueza lingüística de este autor y su originalidad. Ojalá tuviera yo las fuerzas y capacidades para hacerlo. No lo dudaría ni un momento. Pero conozco mis limitaciones y sigo esperando a la persona que lo emprenda y a la editorial española que apueste por su publicación.
John y Mary hacen el amor a la vera de un río, acto que más allá de la atracción física manifiesta también la unión de los dos amantes con la naturaleza del lugar, con el pasado en donde se originó el amor, con algo que está más allá de este mundo y afecta al universo. Después, a bordo de una barca, son conscientes del sentimiento tan inmenso que los une, ambos bogan por el río. Mientas así lo hacen, sienten una necesidad de afirmación de ese amor y un clamor, en forma de plegaria, sale de sus almas y busca lo que Powys llama la Causa Primera. La influencia que ejerce la cultura clásica sobre este escritor y a la que antes aludía se muestra a partir de entonces. En aquella literatura helena y romana, los dioses, en la lucha constante entre el Bien y el Mal, se sienten involucrados en los asuntos humanos y disputan entre ellos, en ocasiones manifestando celos por uno u otro de los amantes. Lo mismo pasa aquí con el amor de John y Mary. Dioses mayores y menores, el Sol y la Luna sienten llamada de los amantes y luchan por favorecerlos o maldecirlos.
Más allá de la embarcación que los llevaba sobre la brillante corriente del río, ambos rogaron al desconocido Último, de manera tan simultánea e intensa, que el magnetismo de su súplica se disparó como un meteorito que atravesara la atmósfera terráquea. Algo sobre su doble origen, y algo sobre la rápida y trasluciente corriente de agua de la que partía su vuelo, se dirigió más allá del mundo, y más allá de la oscuridad que circundaba el mundo, hasta que alcanzaba la primera Causa de la vida.
¿Qué sucede cuando ese ganso salvaje, esa flecha apasionada de deseo humano toca aquella porción de la atención de la Primera Causa que circunda la circunferencia terráquea? Son tantos los organismos que a través de las constelaciones y las altas dimensiones que claman incesantemente a este Poder Primordial, que solo una limitada porción de las súplicas de nuestro planeta alcanzan respuesta (…)
En esta ocasión la plegaria de los amantes se produjo justo en el mediodía -y no en los momentos del amanecer o el atardecer, que son los más favorables-, y el clamor fue respondido, pero no por las fuerzas benéficas. Viene a entenderse que su amor fue maldecido. Como en las épocas clásicas, algunos dioses maldicen el destino de los amores humanos.
Luego continúa una boga rapidísima de la embarcación, impelida por una necesidad casi irracional de John y la guía automática de Mary, que lleva el timón, y la barca pasa como una exhalación a través de un paisaje de la campiña de esta zona de Inglaterra -ganado que los mira con asombro, caballos que alzan la cabeza, casas de labor, molinos de viento… Era como si detrás de este tremendo esfuerzo ambos buscaran la bendición a su súplica y el favor de los dioses. Un amor que podríamos calificar de cósmico, pues en su narración Powys implica al universo: naturaleza, tradiciones, dioses… También la cualidad del amor resulta especial, pues en esa boga enloquecida por el río se produce algo único:
Esa locura tenía un efecto. Los unía más que cualquier otra cosa. Cuanto mayor el tiempo dominados por aquella tensión, mayor era la unión que se establecía entre ambos. Los amantes casuales no tienen en realidad noción de la profunda sensualidad que otorga la unidad en un esfuerzo físico. Más que cualquier otra cosa, esto es lo que otorgaba al hombre y a la mujer una unidad misteriosa. Nada en su dulce y más viciosa práctica amatoria habría podido convertirlos en una sola carne más allá de aquel juego extático.
Un frenesí que solo cesa cuando:
perturbada por la aparición de una jabalina viviente de azul fuego disparada desde una zanja fangosa, lanzándose como un dragón gigantesco, volando sobre la superficie del río frente a ellos y desapareciendo en un recodo, Mary dio un tirón brusco de la cuerda del timón y la proa de la barca, que giraba en medio de la corriente, se empotró, con un sonido mezcla de gruñido y sollozo, contra un saliente del estuario del estuario lleno de maleza de donde había volado el martín pescador
Hacen de nuevo el amor bajo un fresno y otra vez Powys da a este sentimiento una dimensión más allá de los personajes, involucrando a la propia naturaleza. (Cómo me recuerda a las descripciones animistas de Enrique Hudson, que también pisó y describió estos mismos lugares.) El fresno es testigo de unas palabras que se dicen los amantes y, en su propia lengua, expresa su asombro, un sentimiento (el del árbol) y una experiencia de la que, se da cuenta, ha sido testigo cinco veces durante su larga vida.
“¡Es extraordinario que nos hayamos conocido!” Estas palabras, pronunciadas por John en un momento de relajado agradecimiento, llamó la atención de aquel solitario fresno de aquel lugar de una manera que tendría su paralelo con la ironía humana. Cinco veces a lo largo de su vida de ciento treinta años aquel fresno había escuchado aquellas mismas palabras procedentes de un organismo vivo. Las había pronunciado un caballo viejo al frotarse el hocico con el de una joven compañera de brillantes ancas. Un pescador excéntrico se las había dicho a una carpa de tamaño excepcional que había capturado. Un clérigo loco se las había dedicado a una gitana que no sabía de su existencia. Una anciana las había dedicado al espíritu de su único amor, fallecido cincuenta años antes; y por último, el propio William Crow las había pronunciado en los oídos agradecidos, atentos y asombrados de Mr. Geard de Glastonbury.
De todo esto se dio cuenta el fresno, aunque su comentario vegetal sonara entonces como un trabalenguas sin sentido a los oídos de un humano: wuther-quotle-glug.
Avanzaba el atardecer. Rayos de luz alargados y de colores se tendieron horizontales por el prado. La sombra del fresno se hizo más oscura y fría, como la del pedregal en un arroyo. Desde la zanja en donde habían dejado la barca les llegó el canto tardío de un mirlo, la melodía que acostumbra este ave en esta hora, teñida de un recóndito secreto, de una naturaleza que expresa algo más allá del dolor y la alegría humanos. Tristemente recogieron sus pertenencias y volvieron a la barca.
1 Comment
Existe un libro muy connotado sobre el significado de los árboles en la literatura inglesa. No recuerdo su nombre. Particularmente el fresno casi siempre está asociado a perversiones, brujería o mala suerte, quizás proviniendo de mitos ancestrales y rúnicos. Que los árboles oigan e incluso mascullen expresiones ininteligibles quizás es una continuación del escarabajo de Kafka, aunque podría ser artificio en la literatura cuando los personajes no tienen la pericia del diálogo: el árbol aparece como una especie de deux ex machina que lo resuelve sirviendo de traductor y otras funciones impersonales. Quién sabe si éste pudiera ser el caso.
El asunto del primo con la prima parecería ser notorio de la ineptitud de los ingleses para enamorar. Es posible que el romance inglés no exista. Quizás exista más la pasión. Incluso ciega. Desearía conocer un estudio sobre esto.
Las referencias a lo cósmico son las que más suscitan mi atención pues significarían una huida, una perdida de concentración en el mejor momento emocional, de manera que un buen tratamiento del asunto sería interesante de leer.