Por David Torrejón
Hablar de una novela considerada como una de las mejores del siglo XXI por la crítica internacional (anglosajona, mayormente), es meterse en camisa de once varas. Pero a cierta edad, estos riesgos ya no lo parecen tanto. Y, además, tengo la sospecha de que en España es tan conocida como muchas de las rarezas que gustamos traer a este blog los cofrades de La Discreta.
Austerlitz (2001) era uno de esos libros apilados y pendientes de lectura en dos baldas de la estantería de mi despachito. En su caso, como en el de algunos más, por ejemplo, La montaña mágica de Mann, o Un mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt, aguardaba tras un primer intento infructuoso de dejarme seducir por sus páginas, abandonado en plena pista de despegue, a la espera de mejores condiciones meteorológicas. En una situación laboral estresante, hay libros que se atragantan. Ya se sabe: “No sos vos, soy yo”.
No solo tuvo que llegar un cambio en esa disposición personal para retomar al bueno de W.G. Sebald (1944-2001) y su Austerlitz, ya que probablemente seguiría en esa balda de no ser por mi buen amigo argentino Eduardo Carrera, grandísimo fotógrafo y poeta (esto último aún no lo ha asumido), quien me comentó que era un ejemplo de la interacción de fotografías y texto que él quería conseguir. Así que mi neurona se activó y recordé nuestro desencuentro previo.
Esta vez el encuentro fue feliz y Austerlitz me proporcionó una dosis suficiente de disfrute como para acabar sus apretadas páginas en versión de bolsillo. No es tarea para lectores débiles. Me imagino lo que habrá tenido que pasar el traductor, Migué Sáez, para poner en nuestra sintaxis frases inacabables (alguna de más de siete páginas, dicen, pero no me di cuenta) solo marcadas con comas.
Tampoco es fácil encontrarle el gustillo a un relato en el que el narrador nos va dando cuenta retrospectivamente de sus encuentros, en su mayoría fortuitos, con el tal Austerlitz, un tipo que desde el principio se nos presenta como desconcertante, por no decir majara perdido. Una especie de friqui de la arquitectura elevada a rango de explicación de la cultura y la historia de Occidente. El narrador apenas se nos muestra a lo largo de las casi 300 páginas, pero sin duda no le va a la zaga en su rareza, dado el interés que demuestra por su compañía, o mejor dicho por sus disertaciones, porque si hay una amistad entre ellos, queda oculta tras digresiones e ideas.
Pero, si el lector aguanta el tirón, ya bien entrada la novela empezará a conocer detalles de este fascinante a la par que algo repelente personaje. Entendemos que entre el narrador y él hay algo parecido a una amistad, pero solo parecido.
Una vez entremos en la vida de Austerlitz, relatada por él mismo a su amigo narrador, la novela se tornará mucho más interesante. En una autobiografía en orden cronológico descuajeringado, viajaremos desde una aldea perdida en el Gales más rural, hasta el inicio de todo, en la Praga de la preguerra mundial. En diferentes encuentros, irá relatando al narrador y este a nosotros, lo que ha ido descubriendo de su pasado.
La obra está acompañada de imágenes. Unas parecen referirse a lo narrado y otras solo al espíritu de los pasajes en que aparecen. Son fotografías borrosas que evocan más que describen (excepto la de la portada) en la mayor parte de las ocasiones. En otras son planos o vistas de edificios.
Supongo que la idea es que completen la narración (Austerlitz se muestra como un fotógrafo compulsivo de determinado tipo de edificios) pero a veces a mí me producían la sensación de que Sebald iba haciendo avanzar la historia en función de fotos que iba encontrando por mercadillos o librerías de viejo. Un poco como un juego. Quizás estoy deformado por la idea central de mi novela Escríbeme una foto. Visto desde el final de la lectura, esa sensación de difumina un poco, pero no desaparece del todo.
Las imágenes añaden poder evocador, pero la novela seguiría siendo coherente sin ellas, independientemente del proceso creativo de Sebald.
¿Es una de las grandes novelas del siglo XXI? Robándole la idea a Alberto Olmos, hacer una lista de un género que se engrosa cada año con cientos de miles de títulos es una pretensión absurda. Habría que precisar, cuando menos: una de las mejores novelas publicadas por las grandes editoriales multinacionales en lo que va de siglo.
Aun así, lo dudaría mucho. Me ha gustado, aunque espero encontrar cosas mejores. Veremos que me depara Siri y no hablo de la IA de Apple.