La gracia está en que el poeta cuenta todo con pelos y señales, nombrado las realidades sexuales por su nombre más común –que suele ser, ciertamente, el más zafio, pero también el de mayor contundencia y propiedad semántica–, pero sin perder un ápice de carga lírica, de dimensión poética, de rutilante acabado literario. No sé cómo Apuleyo ha sido capaz de conseguir, a la postre, lo uno y lo otro, la aleación perfecta entre la vulgaridad de lo soez y la sutil elegancia de lo artístico… Tal vez el secreto esté en las bien dosificadas gotas de humor, o en esa aura de confesión sincera entre poetas-compadres, o en la embaucadora prestidigitación del ritmo y otras añagazas métricas… No lo sé, ya digo; pero si tuviese que echar mi cuarto a espadas por el ingrediente “mágico” que convierte este repertorio de procacidades en una obra maestra, apostaría, sin duda, por la desvergüenza.
Texto extraído del prólogo del Conde de Abascal.