Por Luis Junco
¿Qué es real? Si, con respecto a la naturaleza física, hubiéramos hecho esta pregunta en el siglo XVIII, seguramente no habríamos causado las dudas y el desconcierto que afectarían a muchas personas que hoy trataran de responderla. Y es que en aquella época la mayor parte de los objetos de la Tierra y de los cielos respondía a las firmes y comprobadas leyes descubiertas por Isaac Newton, un sólido edificio que comenzó a resquebrajarse en los primeros años del siglo XX. Albert Einstein demostró que el espacio y el tiempo eran una sola entidad que se comportaba de formas insospechadas con la velocidad, la masa y la energía, y Max Planck, Niels Bohr, Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, entre otros, mostraron que a nivel subatómico la materia se manifestaba de maneras aun más exóticas y misteriosas. Por ejemplo, a diferencia de los objetos macroscópicos que pueden estar en un solo lugar en un momento determinado, las partículas elementales (de las que aquellos están hechos) podían estar en varios lugares al mismo tiempo. Las leyes del movimiento y la gravitación de Newton fueron superadas por las teorías de la relatividad y la física cuántica. Y especialmente esta última exhibió una exactitud en la predicción de resultados que antes no se había visto.
Sin embargo, junto al éxito incuestionable de las matemáticas a la hora de predecir los resultados de los experimentos, la teoría cuántica nació con una sombra que con el tiempo no hizo más que crecer, hasta el punto de oscurecer por completo la realidad subyacente a aquellas fórmulas matemáticas que tan bien funcionaban. Y al tiempo que crecía la sombra, también creció una actitud entre los físicos que pronto se hizo predominante y que podía ser resumida en la frase “Calla y calcula”, atribuida erróneamente a Richard Feynman. Detrás de la frase estaba la disposición de aquellos físicos a aplicarse disciplinadamente a la obtención práctica de los resultados matemáticos y a cerrar los ojos y la mente a la realidad de comportamientos tan extraños y misteriosos que sugerían las fórmulas y los propios resultados.
El formalismo matemático más importante de la teoría cuántica es la llamada función de onda, que descubrió Erwin Schrödinger, y viene a decir que cualquier partícula está en un “estado de superposición cuántica”, con varias posiciones distintas de forma simultánea. Como ya he señalado, esto supone que, por ejemplo, la función de onda puede decir que en un momento determinado la posición de un electrón está en una esquina del laboratorio en donde se hace el experimento con una probabilidad del 60%, pero también en la esquina opuesta con una probabilidad del 35%, y en un cierto lugar a 20 km de distancia del laboratorio con una probabilidad del 5%. Y si el experimento se repitiera 100 veces, colocando detectores en los tres lugares, en 60 ocasiones se detectaría el electrón en la esquina del laboratorio, 35 en la esquina contraria, y en 5 ocasiones se comprobaría que el electrón estaría a 20 km de distancia. ¿Cómo es esto posible y qué significa?
Niels Bohr, Werner Heisenberg, Max Born, Wolfang Pauli y otros miembros del llamado grupo de Copenhage “interpretaron” que lo que ocurría era que cuando se hacía una medida la función de onda optaba por una sola de las posibilidades, “colapsando” (cayendo a cero) instantáneamente en todas las demás. Las preguntas de qué se entendía por hacer una medición, o si la función de onda también colapsaba si el resultado de la medición era observado por un ratón de laboratorio y no por un humano, o qué ocurría con el electrón antes de la medición, nunca fueron contestadas con claridad. La importancia y personalidad de los físicos que abogaban por esta interpretación hizo que se impusiera rápidamente, casi sin discusión. Pero en 1927, en la llamada conferencia de Solvay, una de las reuniones de científicos más importantes de todos los tiempos –en la que, por cierto, solo participó una mujer–, comenzaron las hostilidades y a cuestionarse la ya entonces conocida como “interpretación de Copenhage”.
Y si a favor de esa interpretación el peso de la figura de Niels Bohr era incuestionable, en cabeza de la disidencia estaba nada menos que Albert Einstein. A pesar de la amistad que les unía (y que les uniría el resto de sus vidas) en esta controversia se batieron con todas las armas que cada uno poseía. Para Bohr y su grupo de seguidores, la teoría cuántica funcionaba muy bien, pero tratar de entenderla no tenía sentido, pues, para ellos, no se podía explicar más que las cosas que podemos observar y medir. Para Einstein, sin embargo, esta posición positivista era aborrecible. Para él, la realidad existía más allá de la observación, y el objetivo de su vida como científico era descubrir y explicar esa realidad objetiva. El mismo Erwin Schrödinger tomó partido por Einstein. Para él, detrás de aquella función de onda que había descubierto existía algo profundo y determinante de la realidad física a todos los niveles. (David Deutsch nos cuenta que en 1952, en Dublín, Schrödinger dio una conferencia en la que en un momento dado advirtió jocosamente a los asistentes que estaba a punto de decir algo que seguramente les parecería demencial. Y este algo era que cuando sus ecuaciones parecen estar describiendo diferentes historias, no se trata de historias alternativas, sino historias que suceden, todas ellas, simultáneamente. Fue la primera referencia al multiverso.)
Pues bien, este libro ¿Qué es real?, publicado en el Reino Unido el pasado año y escrito por el joven astrofísico americano Adam Becker, no solo nos describe con todo detalle la historia de esta controversia, que aún dura, sino la apasionante vida de las personas que estuvieron (y algunos aún siguen estando) detrás de cada una de las posiciones. Las figuras más importantes y conocidas, como Niels Bohr, Albert Einstein, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, pero también otras menos conocidas y cuyas existencias fueron apasionantes: David Bohm, John Bell, Dieter Zeh, Abner Shimony, John Clauser, Alain Aspect, Hugh Everett… Al tiempo que, al mismo ritmo que avanza la historia de la controversia, se va aclarando esa sombra que “la interpretación de Copenhague” diseminaba y va apareciendo cada vez con más claridad “una realidad” sorprendente, asombrosa, para muchos increíble. Un libro que, por lo que he podido leer en distintos comentarios, sigue generando controversia –que, para mí, es reflejo de la controversia original que sigue vigente–, pero del que he aprendido, disfrutado y que recomiendo sin reservas.
1 Comment
Un tema apasionante y brillantemente expuesto más allá de la reseña del libro de Adam Becker. Magnífica entrada del blog.