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Por David Torrejón.

He llegado cincuenta años tarde a la cita con una mujer. De hecho, cuando me cité con ella, aún estaba viva.

Ya he contado alguna vez que mi padre, viendo la sed aparentemente insaciable de lectura de su hijo mayor, se dejó seducir por uno de esos vendedores de antes, uno de los cientos que recorrían la ciudad de puerta en puerta con el objetivo de vender enciclopedias y colecciones de libros a familias que creían en la cultura como ascensor social. Recuerdo un viejo chiste, ya incomprensible para la mayoría, que decía: “Niño, ¿quién ha llamado a la puerta?”. “¡Mamá, mamá! ¡Es un marciano!”. “¿Cómo va a ser un marciano?”. “¡Que sí, mamá! ¡Que dice que viene del Planeta Agostini!”.

Y ocurrió que, gracias a uno de aquellos héroes anónimos del comercio, en el pequeño salón de mi casa se acumularon volúmenes de obras completas de grandes escritores. Y fue así como a partir de los 12 o 13 años en mis lecturas se entremezclaron Los Cinco y Guillermo Brown con Vicki Baum, Frank G. Slaugther o Aldous Huxley. Seguro que esa colección influyó mucho más en mi formación lectora que las terribles clases de literatura del bachillerato. 

Pues bien, en medio de tantos escritores extranjeros había un tomo de obras completas (hasta entonces) dedicado a una autora española, Carmen Laforet. Yo me me cité con ella para leer “Nada” tras dar cuenta de la introducción y sentirme seducido por su historia personal y, por qué no reconocerlo, por lo guapa que me pareció en la foto que la ilustraba. Mas no he podido acudir a la cita hasta este año, dieciocho después de que Carmen nos haya abandonado.

El compromiso se había mantenido fresco en mi mala memoria todos estos años porque “Nada” y Laforet siguen siendo citadas en abundancia, y cada referencia que leía sobre ellas me lo recordaba. Pero no fue sino por la intermediación de otras dos mujeres ya desaparecidas, la escritora Elena Fortún y su biógrafa, Marisol Dorao , que finalmente me decidí a acudir al encuentro. Las cartas entre Encarnación Aragoneses (Elena Fortún) y Carmen Laforet recogidas por Marisol me animaron a seguir ese hilo que une a las tres.

¿Existencialista?

Seguramente fue una bendición que no intentase leer “Nada” con 15 o 16 años. Lo más probable es que hubiera abandonado su lectura a las pocas páginas. Aunque también es cierto que los tochos de Vicki Baum también tenían lo suyo, y me los leía. Recuerdo, por ejemplo, uno dedicado a la vida de una muchacha pobre en una universidad alemana en los años veinte, una línea argumental parecida a la de “Nada”, premiada con el Nadal en 1944, solamente cinco años después de terminada la contienda civil. “Nada” es una novela dura, no porque describa sucesos brutales, sino porque Andrea, la huérfana protagonista, nos hace testigos directos de las relaciones asfixiantes y perversas que mantienen entre sí los familiares que la acogen en un piso de Barcelona para que siga estudios universitarios. Y, en paralelo, nos va relatando sus intentos desesperados por hurtarse a su perniciosa influencia.

Respecto a la naturaleza de esa familia, podemos pensar que, o bien se trata de situar a Andrea en una situación excepcional, o bien, y es lo que yo creo, nos la muestra como un ejemplo de la dinámica social que podría no ser tan insólita en esa durísima época de posguerra. En este sentido, me viene a la memoria una frase de la autobiografía de mi tío Domingo (que aproveché descaradamente para construir al aventurero Dionisio de mi “Tango para un copiloto herido”) que decía más o menos que junto con su novia y amigos habían podido constituir un grupo que se mantenía al margen de la degradación moral que minaba la sociedad de posguerra, envenenada por la miseria, la escasez, la represión sexual, la falsa religiosidad y la situación de dominio de vencedores sobre vencidos. 

Todo eso se puede entrever en la familia de Andrea y en algunos otros personajes que la rodean, pero, al centrarse en una sola familia, supongo que la historia pudo pasar la estrecha censura de entonces.(*)

Se habla de “Nada” como un ejemplo de la corriente existencialista en España. No diría yo tanto. Al contrario que en las grandes obras del existencialismo, Andrea explora constantemente sus sentimientos y nos sumerge en ellos con enorme eficacia, haciendo un despliegue intenso y extenso de imágenes y metáforas referidas a la naturaleza, la meteorología, las fiestas o los barrios por los que se mueve, y que se transfiguran en su prosa, cargada de poesía, en una auténtica geografía de sus emociones. Nada que ver con la anomia sentimental que parece invadir al protagonista de El extranjero, por ejemplo.

“Nada” es también una novela de iniciación. Nos habla del descubrimiento por Andrea de mundos tan diferentes como su desquiciada familia de la calle Aribau, el círculo de los jóvenes intelectuales y artistas (en el que se anticipa la futura gauche divine barcelonesa) o las familias burguesas, a las que accede merced a la amistad con su compañera y amiga del alma, Ena. La familia propia, de un lado, y Ena y su entorno, de otro, son las dos realidades de las que Andrea entra y sale constantemente cargándose de paso de conflictos y contradicciones, las suyas y las que arrastran todos los demás, incluida Ena. Años más tarde, ese saltar de un lado a otro de la línea de las clases sociales barcelonesas lo protagonizará otro personaje inolvidable: el Pijoaparte de Juan Marsé.

Feminismo y religión

Carmen Laforet sería ya una grande de las letras españolas por derecho propio si hubiera escrito solo esta magnífica primera novela. Es curioso que comparta con Elena Fortún un cierto paralelismo en su evolución ideológica. Ambas son consideradas precursoras del feminismo por la vía de sus protagonistas y su propia vida (los consejos que Elena le da para que recupere su independencia y se dedique a la escritura son conmovedores), y ambas hicieron un viaje de ida y vuelta a la religión. En diferentes épocas históricas huyeron de ella espantadas por la cerrazón de la Iglesia española y su connivencia con el poder, y volvieron más adelante desde una aproximación cercana a la mística. 

Tengo mucho más material que explorar en ese primer volumen de obras completas y estoy seguro de que no me decepcionará. La cita se prolongará en el tiempo.

*Un suscriptor y atento lector nos ha proporcionado, después de publicada la entrada, el informe del censor acerca de «Nada». Viene a confirmar lo que sospechaba: no se enteró de nada.

Informe del la censura de la época sobre la novela

2 Comments

  1. Santiago López Navia dice:

    Excelente artículo, lúcido, certero y cargado de lecturas seminales de quien es un magnífico novelista y un lector autorizado donde los haya.

  2. Teo Arribas González dice:

    Curiosamente, he tenido un recorrido paralelo respecto a esta novela. La he leído hace unos días, con 66 años. Me ha parecido de lo mejor del S. XX en novela en castellano, y aunque esté escrita en plena posguerra, con 22 añitos, resulta actual por muchas razones.
    Atención al informe del censor: un lince de la literatura!

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