Dante y Virgilio emprenden el camino por el arenal que bordea la selva oscura, aún en el valle en que ella se encuentra, y, como sucederá repetidamente a lo largo del viaje, emprenden también el diálogo (lo cual no puede no recordarnos a la constante relación dialógica de otros dos ilustres viajeros, don Quijote y Sancho Panza). Dante, como es lógico, manifiesta a su guía el miedo al viaje (no olvidemos que se encuentra en estado de viltà, o máxima debilidad psicológica) y la sospecha de que acometerlo sea un acto de loca temeridad (vv. 34-35), y lo hace refiriéndose a otros dos viajes similares realizados por dos personajes históricos para Dante. Por un lado, Eneas, cuyo descenso al Averno, narrado por Virgilio en la Eneida, tiene lógica dado que allí escuchó cosas que le sirvieron para la victoria que, a la postre, sería el origen de Roma y, con ella, de la Iglesia (vv. 16-24); por otro lado, san Pablo, cuyo viaje al tercer cielo (2 Corintios 12 2-4) sirvió para afianzar la fe que da la salvación (vv. 28-30). Pero, ¿y un pobre mortal, sumido en la angustia y el miedo como Dante? ¿Por qué habría de emprender un viaje tan arriesgado y excepcional como este? Y, sin embargo, si se piensa bien, el autor nos está diciendo justamente lo contrario: el viaje que el protagonista va a llevar a cabo es tan extraordinario como los de Eneas y san Pablo, con quienes lo identifica; y su narración del viaje será tan elevada como la de la Eneida o como los textos bíblicos.
Y entonces Virgilio, para, como buen maestro, conseguir que su discípulo se calme y se motive, le revela el enigma de cómo ha aparecido allí para ayudarle. Y lo hace por medio de una compleja narración en analepsis o flash-back (es decir, que hace que la narración retroceda a acontecimientos pasados), que es el primer ejemplo de una técnica que encontraremos a menudo en la obra: la narración insertada en un marco narrativo más amplio. Dentro de la narración de Dante narrador está la de Virgilio, y a su vez dentro de esta la de Beatriz, o, en otras palabras, Dante narrador narra que Virgilio narra que Beatriz narra. Esta precisa composición de marcos narrativos insertados producirá modernísimos efectos de perspectivismo: habrá que estar siempre muy pendientes a quién narra y con qué finalidad lo hace.
La triple narración nos cuenta unos hechos intrigantes: Virgilio va a ayudar a Dante porque se lo ha pedido Beatriz, la cual lo hace porque se lo ruega santa Lucía, la cual, a su vez, se lo solicita por indicación de la Virgen María. La cadena Virgen María-santa Lucía-Beatriz-Virgilio tiene que tener algún significado que nos muestre cómo funciona el inicio de la salvación de la psique humana cuando se encuentra en un estado de absoluto extravío cercano a la muerte física y ética, y ese significado nos pone por primera vez frente al enigma de qué signifiquen las figuras de Beatriz y Virgilio, y la del propio Dante personaje. Que la Virgen María es mediadora ante Dios y punto de partida de cualquier misericordia o ayuda divinas hacia el ser humano es una creencia perfectamente asentada en la cultura europea medieval (recuérdense, por ejemplo, los Milagros de Nuestra Señora, de Berceo). La santa siracusana Lucía –la enemiga de la gente cruel (v. 100)– es, también de manera general, alegoría de la Gracia Iluminante, la ayuda gratuita que Dios da al intelecto humano –que siempre es, como el Logos, luz– en forma de refuerzo intelectual para que recupere el sentido de la Verdad y, con él, el camino extraviado.
Pero, ¿y Beatriz y Virgilio, tanto amados por Dante? Según la tradición, Dante representa la mente humana en su camino, exterior e interior, hacia la perfección y felicidad, en lo que se conoce en su siglo como “itinerario de la mente hacia Dios” (Itinerarium mentis ad/in Deum), lo cual se puede compartir sin reparos, aunque con matices que se irán viendo; Virgilio representa la Razón y Beatriz la Teología, y estas son, en cambio, dos exégesis muy discutibles. Porque si Dante hubiese querido representar la Razón habría, sin duda, elegido a Aristóteles. Virgilio es, ante todo, poeta; racional, sí, pero poeta, y salva a Dante con su parola ornata, «palabra adornada» (v. 67), y más adelante –perdón por el pequeño spoiler– se dirá que honra la ciencia, es decir, la filosofía, y el arte, es decir la poesía. Virgilio es, así pues, la poesía racional, prodigio de técnica y de conocimiento. ¿Y Beatriz, que se encuentra al lado de Raquel (v. 102), alegoría tradicional de la vida contemplativa, y que se muestra insensible o despreocupada hacia las miserias humanas (vv. 91-93), incluidas las del propio Dante (y fijaos en la delicada regañina de santa Lucía que por ello se gana en los vv. 103-108)? Beatriz, que es la verdadera alabanza de Dios (v. 103) y que habla con voz angélica pero en toscano (v. 57). Muchos pensamos, con base en muy firmes argumentos, que si Virgilio representa la poesía racional, Beatriz la poesía inspirada, la actividad que Dante amó toda su vida, salvo cuando, extraviado, se echó, a la manera de Severino Boecio (de cuya Consolación por la Filosofía este canto está lleno de ecos textuales concretos), la olvidó para echarse en brazos del estudio filosófico abstracto y racional. La poesía, inspirada y racional, es la que va a salvar a Dante, es decir, a la psique humana, cuando, perdida y angustiada, se enfangue en la materia de las cosas y pierda el impulso natural hacia el Bien y la Verdad. La poesía es la que lo va a guiar y enseñar, primero racionalmente; luego inspirando imágenes y palabras cada vez más sutiles y significativas y mejorando su inteligencia hasta llegar a un estado “transhumano” de conciencia alterada.
Dante, la psique o mente humana, se siente, entonces, reconfortado –libre del hielo que congela su corazón– y recupera el deseo natural de emprender el camino del conocimiento y la transformación, como las flores se alzan de nuevo cuando la luz del sol derrite el hielo que las inclina. Y así entran ambos dos, maestro y discípulo (poesía y poeta), por el camino alto e silvestro.
vv. 3-9: ¡Qué bien se ven en estos versos los tres Dantes de la Comedia, el personaje que hace el viaje, el narrador que, regresado del viaje, recuerda y cuenta, y el comentarista que sabe de sus dificultades y significados.
v. 13: llamando a Eneas padre de Silvio se pone de manifiesto la genealogía que, a partir de este y pasando por los reyes de Alba, termina en Rómulo, fundador de Roma.
v. 15: fijaos cómo se señala que el viaje de Eneas, como el que emprende Dante, es viaje sensible, con los sentidos corporales a pesar de ser por el más allá.
v. 28: Vaso de Elección es el nombre de san Pablo en Hechos 9 15, es decir, recipiente elegido por Dios para recoger la doctrina cristiana.
vv. 55-57: apenas aparece Beatriz, los versos se llenan de dulzura y motivos (los ojos, el habla) estilnovistas. Beatriz, mujer-ángel, habla con voz angélica, pero en toscano (in sua favella, «en su lengua»), lo cual para Dante no será incompatible: el toscano es digno de la más alta poesía, como el latín de Virgilio.
vv. 59-60 y 73-74: en el canto IV sabremos la razón de esta adulación de Beatriz a Virgilio, a quien le promete fama eterna y sus alabanzas ante Dios.
v. 108: verso de discutido significado. La imagen del río suele significar en Dante el apetito natural. El de Dante-mente humana en el momento del extravío se ha salido de su propio cauce y no corre naturalmente hacia el mar.
vv. 127-130: este delicioso símil, como todos los símiles extendidos de la Comedia, tiene un preciso e intenso significado. Dante-mente humana recupera la rectitud natural y el deseo natural que el hielo del corazón (y veremos más adelante que el hielo es imagen de la perversión radical del apetito natural que lleva al odio y la traición) le había inclinado y cerrado, de modo que ya tiene el corazón –sede del alma sensitiva– dispuesto con deseo para hacer el viaje (v. 136).
Por Juan Varela-Portas de Orduña, de la Discreta Academia
3 Comments
Amigos. He quedado extasiado. Nunca me imaginé que esta lectura guiada fuera tener semejante calidad y precisión. Pero primero lo primero. He quedado turulato de la emoción al ver la tremenda ilustración que hace William Blake que por sí sola salva de entrada la lectura. ¿Qué majestuosidad de árboles que parecen humanos como si estuvieran en El Paraíso donde todavía las especies no se había diferenciado lo suficiente. ¿Árboles humanos sus raíces hundida en la tierra, u hombres árboles con sus vestidos talares hincándose? Y forman un cúpula. Se adivina incluso alguna majestuosidad del viento que los remece. ¡Es una obra maestra! No la conocía pero nada distinto podría esperarse de semejante genio.
Lo demás es simplemente exótico. Cuánto no hubiera ganado la poesía del mundo si las lecciones del Dante hubieran llegado a las escuelas. Pero no es tarde. El comienzo de este milenio se anuncia auspicioso por ese simple motivo.
Infinitas gracias, Estoy listo para seguir.
Muchas gracias, Carlos. Me alegra que te gusten mis sugerencias.
En efecto, las ilustraciones de William Blake (poeta, pintor y grabador, 1757-1827) a la Divina comedia, realizadas entre 1825 y 1827, y, desgraciadamente, inacabadas, son, no solo bellísimas, sino extraordinariamente inteligentes, y nos ayudan a visualizar muchos de los significados con los que el propio Dante da forma a las imágenes.
Excelente viaje, Juan, gracias de nuevo.