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Infierno XV

El canto XV es –junto al V, al XIII, al XXVI y al XXXIII– uno de los más célebres y celebrados del Infierno, y, desde mi punto de vista, al mismo tiempo uno de los más intrigantes. Nos encontramos en él al tercero de los cinco grandes condenados de la cántica –tras Francesca y Pier della Vigna, y antes de Ulises y Ugolino–, Brunetto Latini, el maestro de juventud de Dante, una de las personalidades intelectuales y políticas más importantes de Florencia, cuyo encuentro y diálogo ocupa todo el episodio. Como en los casos anteriores, el discurso del protagonista y la aparente empatía que Dante personaje le muestra han fascinado a lectores y críticos, promoviendo interpretaciones centradas en las cuestiones del destino y la fama, de la política florentina y el exilio dantesco, que olvidan algo esencial: que Dante está ahí, no para aprender sobre tales asuntos sino sobre la sodomía y sobre el desprecio a la naturaleza y a sus bondades que supone, de lo que Brunetto es ejemplo culpable, como explícitamente se ha dicho en XI 48-50; es decir, que los asuntos de los que aparentemente se ocupa el texto son propedéuticos para el tema específico del que trata. Ello, además, nos coloca en una tesitura incómoda, pues si queremos hacer una lectura útil del canto, tenemos que superar el rechazo que nos produce la consideración medieval de la homosexualidad como pecado contra natura –evitando así cualquier concesión a la absurda cultura de la cancelación–, de modo que, si lo conseguimos –y entendemos que sea difícil y aceptamos que haya quien no quiera hacerlo–, podremos acceder a enjundiosas reflexiones sobre la relación del hombre con la naturaleza y con su naturaleza, tema de las máximas actualidad y urgencia.

Para ello, como en otras ocasiones, hay, por un  lado, que desconfiar de lo que cuenta el condenado, colocándolo en su justa dimensión, y, por otro lado, hay que estar atentas a la iconografía del canto, que nos informa de tantas o más cosas que los discursos explícitos. Porque, si nos fijamos en ella, parece evidente que la supuesta dignidad magistral de Brunetto dista mucho de ser tal: un tipo que, junto a los demás, corre desnudo bajo las llamas sin pausa y sin destino, que se presenta con el rostro abrasado (v. 27) y medio ciego (v. 20-21), que habla desde una posición de inferioridad con quienes están más altos que él (vv. 44-45), y que se larga de pronto como un corredor que pierde la carrera y recibe un premio infamante (vv. 121-124). Pero, además, su discurso delata errores doctrinales profundos, que se contradicen con las propias enseñanzas que había sembrado en vida, en el Tresor, el Tesoretto y la Rettorica, obras en las que no solo había condenado la homosexualidad como práctica contra natura (Tresor II 33, 40; Tesoretto vv. 2859-2864), sino en las que negaba el papel positivo de la Fortuna para regir los destinos humanos (Tresor II 115), y, sobre todo, afirmaba que la fama y la gloria solo eran positivas si se generaban a partir de una vida virtuosa, mientras que el hombre, en general, hace de ellas un objetivo tan importante que prefiere parecer bueno antes que serlo y ser malo antes que parecerlo (Tresor II 120). Cuando Dante, sorprendido, lo ve y escucha allí, comprende no solo que es un sodomita, sino además que ha sido un maestro hipócrita cuyas enseñanzas éticas no se correspondían con su vida personal, y que, en realidad, aunque dijera lo contrario, creía realmente lo que ahora expresa en el Infierno: directamente, que a la gloria se llega solo en virtud de la fortuna o el destino influido por las estrellas, despreciando evidentemente por tanto la guía de Virgilio-la razón en ello (vv. 60), e indirectamente que lo que realmente buscó con su vida y su obra fue la gloria mundanal –concebida erróneamente como una segunda vida– y no la verdadera gloria celestial, que se gana con la virtud (vv. 119-120). Por eso se despide como el corredor del palio de Verona que en vez de ganar el paño verde de la esperanza obtiene el infamante gallo que debe pasear para su deshonra por la ciudad.

Y, sin embargo, según la lectura tradicional, Dante personaje parece dirigirse a él con reverencia y afecto. Pensamos, en cambio, que en los famosos vv. 79-87 Dante acude de nuevo al recurso de la ambiguitas pues en ellos, por debajo del aparente reconocimiento, hay una crítica que no por velada deja de ser durísima. Parece decir, ‘Si se hubiese cumplido mi deseo no estarías ahora difunto’, cuando en realidad dice ‘Si el aprendizaje que me diste hubiese sido realmente completo, no seguirías expulsado de la naturaleza humana (como estabas en vida a causa de tu homosexualidad), que aún me acuerdo, y me avergüenzo, de tu (falsa, como demuestra el aspecto actual) imagen paternal cuando parcialmente me enseñabas cómo el hombre se hace eterno’. Dante está aquí señalando a Brunetto que su condena proviene de la falta de correspondencia entre sus enseñanzas y fama públicas, y su comportamiento privado (el v. 81, «dell’umana natura posto in bando», es definición precisa del efecto de la homosexualidad como vicio contra natura), así como que esto ha hecho que dichas enseñanzas sean necesariamente parciales. Brunetto solo puede enseñar muy limitadamente «come l’om s’etterna» pues concibe la eternidad solo como la fama. Ello es debido a que, como su sodomía y su aspecto infernal demuestran, su alma se ha depravado o corrompido hasta el punto de perder el sentido de la ley natural, es decir, la inclinación natural al fin último, o, en otras palabras, la tendencia natural, por un lado, a obrar conforme a la razón (y de ahí su desprecio a Virgilio, y de este a él), y, por otro, a respetar «las cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas semejantes» (Tomás de Aquino, Suma de teología I-II q. 94 a. 2 co.). Brunetto y sus compañeros, por tanto, violando la ley natural, han mostrado haber perdido la capacidad de dirigirse al fin o bien último tanto en el ámbito intelectual (en el cual la ley natural, como participación de la ley eterna en la criatura, lo encamina al fin verdadero, el celestial) como en corporal  (en el que el fin del deseo es la procreación de la especie), y por ello ahora caminan absurdamente sin pausa y sin objetivo o lugar de destino. Todo ello es ejemplo preclaro del proceso que describe san Pablo en el pasaje canónico sobre la homosexualidad en la Edad Media, Romanos 1 18-27, el de un pueblo que pretendiendo ser sabio se hizo necio (1 22) y cambió la gloria de Dios por la del hombre (1 23), de modo que cayó en la inmundicia y la deshonra del propio cuerpo (1 24), y «dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío» (1 27).

Por eso, es normal que Dante (vv. 88-96) desconfíe de la profecía que le hace Brunetto y le responda mostrando su confianza, no solo en lo que precisará Beatriz acerca de todo ello, sino también en la propia Fortuna (que entiende recordando las enseñanzas de Virgilio en el canto VI) y, sobre todo, en su conciencia o sindéresis, es decir, en su capacidad o hábito innato de juzgar los propios actos conforme a la ley natural, justamente lo que han perdido tanto Brunetto como el pueblo florentino en su vertiente fiesolana (a la que el intelectual, junto a los clérigos y literatos famosos que lo acompañan [vv. 106-107], muestra implícitamente pertenecer, como su miopía revela, vv. 18-21, 66), mientras que los pocos florentinos que aún conservan la vertiente romana, es decir, providencial (entre ellos el propio Dante), sí la mantienen. Y esa desconfianza de Dante viene lapidariamente refrendada por Virgilio, quien, aludiendo al papel notarial de Brunetto, señala: ‘que tome nota quien escuche bien’, es decir, deja de hacerte pasar por un maestro cuando no eres más que un notario, cosa que, efectivamente, Brunetto hacía en sus obras, en las que se desdoblaba artificiosamente en los dos papeles.

En resumidas cuentas, «la operación destructiva de la imagen de Brunetto que Dante lleva a cabo en el canto XV» (Carlos López Cortezo dixit) sirve para mostrar las consecuencias gnoseológicas y morales de la corrupción anímica que lleva al hombre a borrar o abolir la ley natural de su corazón, y así dejar de respetar a la naturaleza y a su naturaleza. Si somos capaces, por cuanto nos cueste, de obviar el cruel e irracional prejuicio cultural acerca de la homosexualidad propio de la Edad Media, y centrarnos en lo que el canto enseña acerca de la relación ética del hombre con la naturaleza y su propio cuerpo, quizás nos pueda ser útil en estos momentos históricos en los que todos sin excepción somos, de uno u otro modo, violentos contra la naturaleza natural y contra la naturaleza humana.


NOTAS

vv. 4-9: dos símiles fundamentales para entender la relación del hombre con la naturaleza que se explora en este canto. Flamencos y paduanos utilizan su maestría para contener las fuerzas excesivas de la naturaleza –que aluden al apetito natural en el ámbito de lo psicológico–, es decir con la finalidad positiva de contenerlas y dirigirlas por medio de la razón, que es lo que el ser humano debe hacer con sus apetitos naturales para que no se desborden y lo inunden.

vv. 11-12: este importante detalle muestra que, aunque su valor como maestría racional es la misma (y nótese que el muro los llevará hasta los usureros, quienes, sin embargo, están lejos de él), la función del muro infernal es diferente a la de los muros humanos: la de hacer posible el tránsito de quien recorre el infierno para conocer el mal sin caer en él. Por otro lado, el denominar a Dios como maestro es alusión irónica al propio Brunetto, que hasta en 131 ocasiones se llama así a sí mismo en el Tresor (li maistre o li maistres).

vv. 18-21: otros dos símiles cruciales, que analizan la ceguera mental que caracteriza a los corruptos sexuales movidos por la lujuria. Ponen de manifiesto, con detalles que no podemos analizar, la correspondencia entre cuerpo y mente, entre corrupción anímica y corporal.

v. 24: la sorpresa de Brunetto es el primer síntoma de una acusación velada que Dante le hace: la de, ciego a todo lo que es ley natural, no haber sabido captar y apreciar las dotes naturales de su alumno. 

vv. 25-28: Dante realmente no reconoce a Brunetto por sus rasgos físicos sino que hace un importante razonamiento: si tiene el rostro bruno es que es Brunetto.

v. 30: la pregunta debe tomarse no como una redundante constatación sino como una pregunta: ‘¿cómo es que vos estáis aquí?’ La homosexualidad era una característica normalmente oculta. Creemos absurdo preguntarnos si Dante consideraba que Brunetto había sido realmente homosexual. Lo importante es que lo usa para poner en relación su error intelectual acerca de la ley natural con un similar “error” corporal.

vv. 37-42: el pasaje pone de manifiesto que parte fundamental de su contrapaso es moverse sin pausa y sin sentido, de modo radicalmente a-teleológico (sin finalidad). También señala la relación directa entre quien viola la ley natural y quien viola la ley eterna (pues la ley natural es la participación de la ley eterna en la criatura), y cómo pasar de una violación a la otra es, pues, lo normal.

vv. 44-45: el gesto no delata reverencia, como se suele creer, sino la colocación de superioridad de Dante y Virgilio con respecto a Brunetto.

vv. 46-60: si Cavalcante, sujeto de un error de soberbia intelectual había atribuido el viaje de Dante a alteza d’ingegno, Brunetto, que no supo detectar tal característica en su discípulo, lo atribuye a la fortuna o el destino. Su alta valoración de este factor es la primera muestra del canto de su incapacidad para intuir el fin último del ser humano, es decir, de cómo la ley natural se ha borrado de su corazón.

vv. 61-66: la componente fiesolana de los florentinos es la que les hace a ellos mismos borrar de sus corazones la ley natural (de ahí la comparación con plantas).

v. 67: los florentinos son ciegos como el propio Brunetto y sus compañeros, que solo han buscado la fama. Brunetto, por tanto, pertenece a esa misma gente avara, envidiosa (invidente) y soberbia que denuncia.

v. 70: verso que muestra lo que es importante para Brunetto: el honor, que para él solo se gana gracias a la fortuna, no a ninguna cualidad o virtud de su discípulo (ni a la guía de Virgilio).

vv. 76-78: pero en los florentinos sobrevive el componente romano, sembrado directamente por Dios en su providencia, como en el hombre sobrevive la ley natural al pecado original.

v. 87: alusión crítica al hecho de que Brunetto escribió en francés, cosa, para Dante antinatural, como expresamente critica en el Convivio y en el De vulgari eloquentia.

v. 93: los editores, acertadamente, suelen poner mayúscula a ‘Fortuna’ cuando habla Dante, y dejarlo en minúscula cuando lo hace Brunetto, pues el primero se refiere a la entidad sagrada de la que habló Virgilio en Infierno VI.

vv. 95-96: uno de los elementos interesantes del canto es la gran cantidad de proverbios que en él utiliza Brunetto, pero también Dante. El proverbio es, como se sabe, síntoma de sabiduría popular natural, intuitiva: usarlos bien o mal es síntoma de cómo esa ley natural vive en nuestros corazones.

v. 99: aunque se dirija a Dante, la frase tiene como destinatario a Brunetto, como diciéndole: toma nota de que tu exdiscípulo ni te cree del todo ni tiene la misma consideración sobre la Fortuna que tú. La distancia y desprecio mutuo entre Virgilio (la razón) y Brunetto es altamente significativo.

vv. 106-107: se pone de relieve, no solo la maliciosa unión de homosexualidad con clérigos e intelectuales (litterati, lo que ‘tienen letras’, es decir, saben usar el latín), sino que se trata de personas que solo conciben el fin último del hombre en la fama y el honor.

v. 120: pensar que él sigue vivo en el Tresor es compendio de todos sus errores.

vv. 121-123: símil resumen riquísimo de significados. Brunetto podría parecer el corredor que va delante (pues huye del grupo que se acerca), y va a conseguir el paño verde que se daba al vencedor, pero en realidad es el corredor que va detrás (de su grupo, que se ha alejado) y ha ganado el gallo que se da al perdedor, obligándolo a recorrer la ciudad mostrándolo entre las burlas del pueblo. Así termina, infamado, quien solo buscó la fama en vez de aspirar a la esperanza verdadera.


Juan Varela-Portas de Orduña, de la Discreta Academia

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