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Por Joaquín Rubio Tovar

Tras el estreno de una de sus composiciones, Robert Schumann recibió un aluvión de preguntas. El público quería saber, de primera mano, qué había querido expresar con aquella obra. Harto de escuchar siempre la misma pregunta, el compositor se sentó ante el piano y volvió a interpretarla.

Esta anécdota (que no por ser anécdota deja de tener trascendencia) me viene bien para comenzar esta reseña.

Cuando uno termina de leer este libro de haikus, deberá leerlo otra vez, y esta segunda lectura –si es que no ha sucedido ya en la primera– sospecho que le llevará a leer los haikus de manera salteada. Todos los órdenes son posibles. Los libros de haikus no se pueden tomar al asalto, sino lentamente.

Esta extraordinaria colección de haikus invita a seguir un orden muy personal. Es una mezcla de poesía y narraciones hiperbreves, abiertas, unidas por una magia que resulta imposible describir. En cualquier caso, quiero empezar por la disposición gráfica. El hecho de que cada haiku ocupe una página invita al lector a meditar en el contenido del poema antes de pasar al siguiente, quizá a volver a leerlo.

Decir que los temas son variados es decir poco, por más que predominen algunos, como el de la naturaleza. Los mejores haikus son aquellos de temas imposibles de clasificar:

Murió el vecino.
Una desconocida
pasea a su perro.

No creo que sea posible decir más (o sugerir más) con menos palabras. Y léase despacio el siguiente prodigio:

La telaraña
abandonada atrapa
gotas de lluvia.

El mundo, la vida, están llenos de haikus. Solo hace falta que alguien sea capaz de encontrarlos, darles forma y convertirlos en expresiones escritas. Lo que no podremos nunca es reducir los haikus a una fórmula precisa. Como las asociaciones de imágenes y de palabras son inacabables, muchas son susceptibles de convertirse en haikus, lo que ha facilitado que se escriban poemas de manera industrial, algo que no ocurre con la finura, la delicadeza y la profundidad de Era una rosa. Obsérvese la ternura de este poema:

Niña sin pelo.
“Te vas a poner bien”
dice al muñeco.

O este en el que se puede “ver” el paso del tiempo:

Repara la abuela:
también su muñeca
tiene ochenta años.

O este, que resume una historia:

Cocina el preso.
Con esas mismas manos
mató a su abuela.

A veces, por la expresión y por el contenido, no parece que estemos lejos del budismo zen:

Cambia el mirlo
de rama y en el balanceo
cae una hoja.

¿Cómo se lee un libro de haikus? Estos libros no tienen una trama en el sentido más convencional del término. No pasaría nada si no se percibiera un argumento interior que vertebrara Era una rosa, pero a mí me ha dejado la sensación de que hay una sensibilidad que lo sostiene, y que permite que un mundo recién descubierto se abra ante nosotros.

¿Dónde empieza un libro de haikus y dónde acaba? En este caso no vale la sencilla respuesta de que tiene un principio y un final. Un libro de estas características se mueve por otras categorías y nunca termina de leerse. La lectura de estos poemas nos descubre relaciones insospechadas entre los sentimientos, los objetos y los recuerdos, y nos presenta un mundo que quizá nos habría pasado desapercibido, pero que siempre ha estado ahí.

Por lo demás, y como sucede con toda buena literatura, una vez cerrado el libro, se queda dentro de nosotros.

En el fondo, un libro de haikus como este -o como los de tantos otros maestros- pone en tela de juicio muchos aspectos de la escritura; por ejemplo, el de sus límites, el de la forma de presentarlos y de agruparlos ante el lector. Quienes leen estos libros sienten que se ha ensanchado el cauce de la literatura. 

¿Qué puede hacer un lector después de leer un libro como este? Sencillamente, volver a leerlo buscando su propio orden. Y vuelvo al principio. Cansado de escuchar preguntas sobre el contenido de una obra, Schumann se sentó al piano y volvió a interpretarla. Algo como eso es lo que haremos los lectores de este libro extraordinario.

Era una rosa, de Emilio Gavilanes (La Veleta, 2021)

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