(Texto de David de la Cruz, para la presentación del poemario 25-33, de Santiago A. López Navia, que tuvo lugar en la Librería Diagonal de Segovia, el pasado 25 de febrero.)
Por David de la Cruz
Siguiendo la trayectoria literaria de Santiago A. López Navia, en su obra se pueden ver todo tipo de estilos poéticos, lo que a mí me llama especialmente la atención dentro de un autor y da la medida de su creatividad. Así, quien lea su próximo libro tal vez no sepa por dónde va a ir: puede crear desde un soneto perfecto, profundo, con densidad tanto en el fondo como en la forma, hasta un poema en versículos, y todo lo ejecuta a través de una perfecta acentuación y en la medida de cada verso. La poesía fluye, fluye el ritmo, esencial en la poesía, y esto hace que se lea con extrema facilidad, y todo ello unido a su solidez intelectual y su rigor académico que florecen en su obra por todos sus poros.
Cuando veo a un maestro tocar un instrumento como si no costara –lo difícil parece fácil– pienso en la “aparente sencillez” (que no simplicidad), que es lo más complicado de todo arte: cómo llegar a la palabra sencilla, al verso sencillo, a la estrofa sencilla, a la vida sencilla, algo que no puede ser sino el fruto de años de trabajo, de talento, a diferencia de otros autores o de momentos de una obra aparentemente más compleja que se expresa con una retórica que no termina de entenderse. Luego, claro, dentro de toda obra hay sus luces y sus menos luces.
25-33 es el libro que como autor a mí me gustaría escribir. Cuando uno encuentra una joya así es un verdadero placer leer algo que encaja dentro del gusto que tenemos, que va contando una historia cotidiana, hechos cotidianos, y los envuelve de tal manera que parece que el lector los está viviendo en primera persona.
Me resulta muy llamativo que en un mundo tan complejo como el actual, tan lleno de incertidumbres, este libro transmita serenidad, calma, confianza en el futuro y sobre todo en uno mismo, en la seguridad de que hay unos valores que encarnan unas personas, en este caso unas de las personas más importantes en la vida de cualquier ser humano, un padre y una madre, que los han sabido transmitir y que en determinados momentos de zozobra nos van a sujetar, a salvar y que además nosotros, a nuestra vez, vamos a poder transmitir y compartir con la gente que nos quiere y a la que queremos.
A mí siempre me ha parecido que un buen final puede salvar una obra y aquí lo hay, aunque para llegar hay que ir leyéndolo desde el principio, con calma, paladeándolo, con el regusto de que se quiere más y con la duda de por qué termina tan pronto.
Emoción y verdad, dos aspectos esenciales en cualquier obra artística sea la que sea, los hay aquí a raudales. Es un poemario que está escrito desde el corazón y llega al corazón, en el que la sinceridad es una muestra de talento en la que la palabra fluye y llega sin adornos superfluos, como una flecha directa a la emoción, al sentimiento. Es esa “aparente sencillez” que no es tal porque siempre hay matices por descubrir cuando se vuelve a la lectura de estos poemas.
Un libro es universal y atemporal cuando el lector lo hace suyo, cuando el lector se identifica con las situaciones que en él se describen, aunque no sean exactamente las mismas que haya vivido. En 25-33 estas situaciones nos llevan a una parte de nosotros, de nuestra infancia, de nuestra madurez o de las dos, tomando como guía a nuestros padres, esa parte segura de nosotros mismos que siempre están ahí, a quienes admiramos y echamos tanto de menos cuando ya no están vivos y a quienes siempre tendremos a nuestro lado para acompañarnos.
Cuando leía el libro recordaba a esas grandes películas de los años 50 y sobre todo de los años 60. Veía a Pepe Isbert, a Tony Leblanc, a José Luis López Vázquez, a Concha Velasco y me parecía estar viviendo alguna de sus escenas en esas películas que transmitían una ilusión por un mundo sencillo. Este toque de costumbrismo es de agradecer en este mundo tan complejo y que en ocasiones resulta tan oscuro y con unos valores un tanto descafeinados. Los poemas de 25-33 son postales fotográficas que el lector contempla como si estuviera allí, postales de un tiempo pasado que forma parte de nuestro presente y que nos acercan a nuestros seres queridos. Y dentro de cada poema hay un fondo de ilusión, porque siempre hay un final feliz presidido por la esperanza, la calma, la serenidad. Gracias, Santiago, por devolvernos al lugar seguro de nuestra infancia, ese lugar que nos salvará un día en nuestra vejez.