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Del Infierno al Paraíso, una moderna interpretación del viaje de Dante (1)

Por Luis Junco

Carlo Rovelli, físico y escritor italiano, está sentado en los escalones de la Loggia di Frà Giocondo, en Verona, ciudad en la que nació hace 67 años, y lugar del doloroso exilio de Dante Alighieri en el año 1302. Enfrente tiene la estatua del poeta, cuya actitud pensativa emula la del propio Rovelli. Y es que el físico italiano lleva ya mucho tiempo dándole vueltas a lo que haya más allá de la muerte de una estrella. Mientras contempla a Dante, a Rovelli le viene la idea, como un destello. Claro, después de la oscuridad del Inferno vino la claridad del Paradiso. En esta misma Piazza dei Signori escribió el poeta florentino la última parte de su obra magna; tal vez, sentado en estos mismos escalones, se le ocurriera la idea del final de su viaje alegórico y el retorno a la visión del sol y las otras estrellas, las últimas palabras con las que acaba el Canto XXIII. Pues de la misma manera, piensa Carlo Rovelli, al final del túnel tenebroso en que colapsa una estrella y muere, debería lucir de nuevo la luz del universo. Esa es la imagen que guiará su investigación de la muerte de una estrella masiva en la forma de lo que se conoce un agujero negro hasta un renacimiento a la luz a través de un agujero blanco. Para narrarlo, utilizará conceptos e imágenes de la Divina Comedia. Este es el esquema de White Holes, el último libro de Carlo Rovelli. 

En 1915, Albert Einstein, que acababa de publicar su teoría de la relatividad general, recibía la carta de un joven colega, entonces teniente del ejército alemán en el frente del Este:

Como puede ver, a pesar del incesante fuego de la artillería, la guerra me ha tratado con la suficiente benevolencia como para permitirme abstraer a ratos de todo esto y ser capaz de pasear por la tierra de sus ideas…

En aquel terrible escenario, rodeado de cadáveres de jóvenes alemanes y rusos, Karl Schwarzschild, que era el nombre de este físico y matemático conocido de Einstein, había tenido la suficiente serenidad como para deducir de las ecuaciones de la relatividad general una solución sorprendente: si una estrella acaba su combustible -como ocurrirá con nuestro sol dentro de cinco mil millones de años- y tiene la suficiente masa, su muerte, debido a la fuerza gravitatoria, provocará un agujero en el espacio-tiempo del que no escapará ni la luz que emita en sus últimos estertores. Un agujero negro, una entrada al infierno. En su puerta, la inscripción dantesca: Lasciate ogni speranza, voi ch´entrate. Nada ni nadie que traspasara ese umbral podría regresar. Y otra característica no menos chocante: si estando con otra persona, nuestro acompañante decidiera acercarse a esa puerta infernal mientras nosotros nos quedamos fuera, la veríamos acercándose al umbral con movimientos cada vez más pausados, hasta quedar congelada en la misma puerta, como si el tiempo para esa persona dejara de pasar justo en el momento de atravesarla. Sería la última imagen que tendríamos de ella. Nunca volvería. 

Cuando Einstein supo de este resultado de sus propias ecuaciones quedó perplejo y pocos meses más tarde conmovido, al saber de la muerte de Karl Schwarzschild. Aquella solución le resultó una fantasía intelectual, algo imposible, no existía en el cosmos una entrada al infierno como aquella. Y falleció con esa idea. Pero nueve años después de su muerte se tuvo la primera evidencia de que Schwarzschild tenía razón: un agujero negro veinte veces más masivo que el sol en la constelación del Cisne, a 6000 años luz. Y no hace mucho, en 2019, el telescopio Event Horizon tomó la primera imagen de una boca al averno de cuatro millones de masas solares en el centro de nuestra propia galaxia. Hoy se sabe que el universo está cuajado de agujeros negros. Están siendo observados por instrumentos astronómicos. Y por eso se sabe con certeza que hay agujeros negros con tamaños que van desde unos pocos kilómetros de diámetro, hasta otros que llegan a medir los de nuestro sistema solar entero.

En la primera parte de White Holes, Carlo Rovelli sustituye a Virgilio por Albert Einstein y sus ecuaciones de la relatividad general en su entrada al Inferno. ¿Qué ocurrirá al entrar? ¿Qué podremos ver? ¿Qué sucede realmente con el tiempo? ¿Nos hacemos eternos? ¿Habrá un momento en que, como Dante con Virgilio, tengamos que abandonar a Albert Einstein y su teoría relativista? ¿Quién y qué debería guiarnos a partir de ese momento? ¿Habrá un Paraíso? 

Las respuestas, en este reciente libro de Carlo Rovelli, no muy extenso pero emocionante y sustancioso. 

En una próxima entrada, comentaré algunas cosas del viaje al interior de este infierno. 

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