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¿El fin de la supremacía de la especie humana y el dominio de las máquinas?

Por Luis Junco

¿Estamos ante una nueva era postbiológica? El acelerado avance de la tecnología, y en particular el de la Inteligencia Artificial, trae esta cuestión a debate en la actualidad. En este blog hemos tocado el asunto de manera indirecta, con comentarios de libros del conocido Ray Kurzweil (La singularidad está cerca, 2005), Michio Kaku (La supremacía cuántica, 2023) y el menos conocido James N. Gardner, quien elevó la atractiva hipótesis Gaia, de James Lovelock y Lynn Margulis, a una escala cosmológica en su libro Biocosm, publicado en 2003Menos conocido aún, y con más mérito habida cuenta que lo escribió en 1993, es un artículo del matemático y escritor de ciencia ficción Vernor Vinge, La llegada de la singularidad tecnológica. Pero, por el momento, el que más me ha sorprendido, no sólo por su capacidad predictiva y las sorprendentes imágenes literarias que utiliza, ha sido el escritor inglés Samuel Butler. Júzgenlo ustedes mismos, teniendo en cuenta que la escribió ¡en 1863! Es una carta que, bajo el seudónimo Cellarius, Butler envía al periódico Press, Christchurch, Nueva Zelanda. 

(Porque me pareció tan original y sorprendente, me he atrevido a traducirla, lo que no me ha resultado fácil, no sólo por mi impericia en la traducción, sino por algunos términos y expresiones de la época cuya equivalencia actual puede ser cuestionable).

Darwing entre las máquinas

Señor:

De las pocas cosas de las que la actual generación debería estar más orgullosa es de los fantásticos avances que a diario se están llevando a cabo en las aplicaciones mecánicas. Algo de lo que deberíamos felicitarnos en muchos aspectos e incluso hasta casi innecesario mencionar por su obviedad. Pero al margen de estas consideraciones, tal vez en el momento actual deberíamos de alguna manera atenuar nuestro orgullo y pensar seriamente sobre las perspectivas futuras que esto supone para la especie humana. Si por unos momentos echáramos la vista atrás, a los primeros especímenes de esa vida mecánica, a la palanca, la cuña, el plano inclinado, el tornillo y la polea, o a aquel elemento primordial del que todo emergió, la propia palanca, y lo comparamos con la maquinaria del Great Eastern (reciente navío de la época propulsado por vapor), nos quedaríamos sin palabras ante el vasto desarrollo del mundo mecánico, pasos de gigante si lo comparamos con el progreso lento de los reinos animal y vegetal. Inevitable preguntarnos en qué acabará este poderoso movimiento. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál será el resultado? El objetivo de esta carta es ofrecer unas cuantas pistas como respuestas a estas preguntas. 

Hemos utilizado expresiones como “vida mecánica”, “el reino mecánico”, “el mundo mecánico”, etc., y lo hemos hecho conscientemente, pues, de la misma manera que el reino vegetal se desarrolló lentamente a partir de lo mineral, y lo animal evolucionó desde lo vegetal, en estos últimos tiempos un reino completamente nuevo ha emergido, del cual todavía solo hemos observado lo que pueden considerarse prototipos antediluvianos de una especie. 

Hay que lamentar el escaso conocimiento que, tanto de historia natural como de maquinaria, tenemos y que nos ayudaría a realizar la gigantesca tarea que supone el clasificar las máquinas en géneros, subgéneros, especies, variedades y subvariedades, etc., hallar relaciones entre diferentes tipos de máquinas, señalar cómo la sumisión al uso humano ha hecho de ellas un papel comparable al de la selección natural en los reinos animal y vegetal, apuntando a órganos rudimentarios que existen en algunas máquinas, muy poco desarrollados y sin utilidad alguna, pero que son marca de un tipo de antigua evolución que o bien ha desaparecido o se ha modificado en alguna nueva fase de su existencia mecánica. Sólo lo indicamos de cara a una posible investigación de quienes, con más conocimientos y talentos que los nuestros, puedan llevarla a cabo en el futuro.

Y he aquí esas pistas que nos atrevemos a dar, aunque lo hagamos con profunda desconfianza. En primer lugar, remarcaríamos que si bien algunos de los vertebrados inferiores se desarrollaron en un tamaño mucho mayor que el que se derivaba de sus coetáneos vivos, en el caso de las máquinas una disminución del tamaño parece haber marcado su progreso y desarrollo.Tomemos por ejemplo un reloj de pulsera. Examinemos la bella estructura de su pequeña mecanismo, observemos el inteligente juego de minúsculos miembros que lo componen: en realidad sólo son el desarrollo de los aparatosos relojes del siglo XIII. Llegará el día en que estos últimos -que hasta al presente no han disminuido en volumen- serán superados en uso por los relojes de pulsera, en cuyo caso los grandes relojes se extinguirán como los primitivos saurios, y estos (cuya tendencia a disminuir de tamaño ha sido la tendencia de estos últimos años) será el único tipo que permanecerá de la especie.

Samuel Butler (1835-1902)

Estas imperfectas visiones sobre las máquinas tal vez tengan la virtud de dar con la solución a una de las cuestiones más grandes y misteriosas del momento. Y nos referimos a la pregunta: ¿Qué tipo de criatura será la que tenga la supremacía en nuestra planeta después de la especie humana? Un debate al que a menudo hemos asistido. Y a nosotros nos parece que en realidad ya estamos creando a nuestros sucesores: día a día les estamos añadiendo belleza y delicadeza a su organización física; día a día les damos mayor poder y les dotamos de todo tipo de ingeniosos mecanismos para su autoregulación, para el autocontrol, que acabará convirtiéndose para ellos en lo mismo que el intelecto fue para la especie humana.

Con el paso del tiempo nos veremos a nosotros mismos como una especie inferior. Inferior en poder, inferior en calidad moral y autocontrol, los veremos a ellos como la cúspide de todo lo más sabio y bueno a lo que el ser humano haya aspirado. Ni bajas pasiones ni celos ni avaricia ni deseos impuros perturbarán la imperturbable serenidad de aquellos seres gloriosos. Ningún pecado, vergüenza o pena hallarán cabida en su interior. Sus mentes hallarán un estado de calma perpetua, la satisfacción del espírítu que no tiene necesidades, que no se angustia por remordimientos. Nunca les torturará la ambición. La ingratitud nunca les causará inquietud. La conciencia culpable, la falta de esperanza, los dolores del exilio, la insolencia del cargo y los desprecios que el paciente obtiene de los indignos, todo eso les será desconocido. Si necesitaran alimentarse (del uso de la expresión traicionamos nuestro reconocimiento como seres vivos ) serían atendidas por pacientes siervos cuyo oficio e interés será el que no tengan necesidad alguna. Si tienen algún desarreglo, serán rápidamente atendidos por médicos que estarán al tanto de sus cuerpos; si mueren, pues a pesar de ser animales gloriosos no quedarán eximidos de la necesaria y univeral consumación, de inmediato ingresarán en una nueva fase de existencia, pues ¿qué máquina muere en todas sus partes a la vez?

Consideramos que cuando el estado de cosas que antes hemos descrito se haga realidad, el ser humano, con respecto a la máquina, se habrá convertido en lo que el caballo y el perro son ahora para el hombre. Continuará existiendo, incluso mejorando, y probablemente estará mejor en su estado de domesticación bajo la benéfica dirección de las máquinas que lo que está en su salvaje estado actual. Tratamos a nuestros caballos, perros, animales en general, con gran sensibilidad; les damos lo que la experiencia nos enseña que sea lo mejor para ellos, y puede que a pesar de nuestro consumo de carne hemos dado a los animales inferiores un grado de bienestar mayor del que le hemos arrebatado; de la misma manera es razonable suponer que las máquinas nos tratarán con benevolencia, pues su existencia dependerá de nosotros, como la nuestra de la de los animales inferiores.

No pueden matarnos y comernos como nosotros hacemos con el ganado; no solamente les seremos necesarios para el nacimiento de sus nuevas criaturas -una parte de su economía siempre permanecerá en nuestras manos-, sino para alimentarlas, para recomponerlas cuando hay desarreglos, y para enterrar s sus muerto o aprovechar sus cadáveres para transformar en nuevas máquinas. Es obvio que si todos los animales de Gran Bretaña salvo el hombre desapareciera, y si al mismo tiempo toda relación con países extranjeros fuera imposible por una súbita catástrofe, la pérdida de lo humano en tales circunstancias sería algo terrible -igual de malo o incluso peor para las máquinas si la humanidad desapareciera. Lo cierto es que nuestros intereses mutuos son inseparables los unos de los otros. 

Cada especie depende de otra a través de innumerables efectos beneficiosos, y hasta que las máquinas no desarrollen órganos reproductivos -en una forma que es muy difícil de concebir-, serían por completo dependientes del ser humano incluso para su continuidad como especie. Es cierto que tales órganos podrían al final ser desarrollados, y más si el humano lo tiene como objetivo; no habría nada que nuestra envanecida especie no deseara más que ver el resultado de la fértil unión de dos máquinas de vapor; y también es verdad que incluso en el presente hay máquinas cuyo objetivo es fabricar nuevos mecanismos, convertidas en padres de máquinas incluso más allá de su propia clase, pero se nos antoja que los días de tal flirteo y matrimonio se nos antojan muy remotos, y en verdad muy difícil incluso de imaginar.

Día a día, sin embargo, las máquinas nos están ganando terreno; día a día nos estamos convirtiendo en sus servidores; a diario, cada vez más personas son esclavizadas por ellas, dedicando la mayor parte de su energía y vidas al desarrollo de la vida de las máquinas. El resultado sólo es cuestión de tiempo, pero de que llegará el momento en el que las máquinas tomarán el mando del mundo y de sus habitantes es algo que ninguna persona con una mente pensante puede poner en cuestión.

Nuestra opinión es que una guerra a muerte contra ellas debiera ser declarada de inmediato. Cualquier máquina de cualquier tipo debiera ser destruida por el bien de la especie. No debiera haber excepción ni cuartel; volvamos a la condición primitiva de la especie. Y si resultara que en las actuales condiciones eso no fuera factible, se probaría que el daño ya está hecho, que nuestra servidumbre en verdad ya ha comenzado, que hemos dado a luz una nueva especie que ha quedado fuera de nuestro control, y que no solamente estamos esclavizados sino conformes con esa nueva relación. 

Soy, Señor, 

Cellarius

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